Una de las carencias de nuestra democracia es no haber conseguido un sistema educativo estable, la ausencia de consenso en la formación de las nuevas generaciones. Llevamos varios lustros sin tomarnos en serio el futuro colectivo porque en realidad no nos tomamos en serio a los niños. Los niños como legado de lo que somos, más allá de la conmiseración sobreprotectora. Nuestros pequeños nos han venido dando lecciones a lo largo de estos meses de responsabilidad ante la pandemia. Han estado encerrados, han aguantado en clase eternas horas con mascarillas, sobrellevan con estoicismo las exigencias y a saber en qué condiciones van a estar en las aulas cuando regresen mañana en una atmósfera azotada por el virus.

Los niños siguen siendo la herramienta con que azuzan los nacionalismos y en el ámbito televisivo son un escalafón inferior. Los canales dedicados a ellos son sólo un amontonamiento de series animadas, a veces con más ingenio que las ficciones para adultos, intercaladas con intermedios de juguetes. Si hay un apartado donde RTVE sigue siendo valiosa es por su labor en Clan, que debería contar con más presupuesto. Apenas hay televisión para niños cuando los móviles se han convertido en niñeras con vídeos en bucle.

En días como el de la cabalgata de Reyes se detecta cómo los políticos consideran a los niños cuando en realidad están pensando en ellos mismos o en los padres votantes. Cabalgatas que pretenden dar lecciones sin repartir caramelos, desfiles cutres donde son muy dudosas las cuentas y la profesionalidad de los proveedores, cortejos inflados hacia el ego del organizador sin consideración al significado religioso del 6 de enero o magos buenorros que son elevados como éxito de gestión, como han presumido en Madrid. En cada municipio la celebración de los Reyes ha estado a la altura de los políticos locales y el panorama, como ya sabemos los adultos, no es alentador. Lo veremos: estos niños, en un futuro, nos echarán en cara la falta de respeto hacia su generación.

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