A raíz de quitarse la vida Verónica Forqué las críticas acechan a RTVE y a la productora del programa MasterChef, Shine Iberia. La actriz daba muestras de un comportamiento disperso en algunas pruebas del programa pero nadie hubiera sospechado un desenlace tan trágico. Es cierto que si este caso se produce en alguna de las dos grandes privadas la polémica habría adquirido carácter de mayor inquina mediática. El caso se ha producido en el único contenido con cierta notoriedad del que goza TVE en estos momentos y no peligra por ahora su continuidad pero puede sufrir en meses próximos con la sombra de lo sucedido con Forqué. Como poco va a lastrar en comparaciones futuras con cualquier anécdota cruel que se produzca en este formato.

Los talents y los realities viven del conflicto, del salseo como se dice ahora, pero cualquier tuerca que se fuerce en próximas entregas será analizada con lupa. Y así se tendría que haber hecho con la propia Verónica, que aceptó estar en un programa donde la presión psicológica (como en cualquier prueba o deporte) es un ingrediente fundamental. Se vio acompañada en el plató por su hija y estuvo supervisada en todo momento, pero hay que reconocer ahora que no debió llegar tan lejos. Su comportamiento obsesivo delataba que había trastornos. También sus compañeros llegaron a estar al límite por ella, aunque todos posteriormente subrayaron de su afectuosidad. Es apresurado, y hasta frívolo, censurar la presencia en el concurso de Verónica Forqué, una profesional con la experiencia de tantos años de rodajes. Pero hay que reconocer que dio señales de alarma, aunque sólo nos quedáramos en sus idas y venidas por las pruebas de exteriores, donde se desataba. Y las redes son demasiado venenosas.

La alerta sobre la atención hacia las enfermedades mentales y su presencia entre nosotros se hace cada vez más palpable. El triste caso de esta intérprete pone más presente el problema. Y los talents y realities tendrán que bajar el tono.