El parqué
Álvaro Romero
Pequeñas subidas
En Valladolid y en Aranda de Duero, en plena meseta española, pararán la producción este mes las fábricas de neumáticos de la multinacional francesa Michelin porque en el Mar Rojo, que divide África y Asia, una guerrilla de Yemen ataca a los barcos que traen el caucho imprescindible desde Indonesia o Malasia. No hay mejor ejemplo actual para comenzar una clase, o un programa televisivo, sobre el concepto de “geopolítica”. Una guerrilla rebelde, proiraní, los hutíes, casi primitivos en su organización social, colapsa fábricas en el mundo desarrollado a cinco mil kilómetros. Y no solo de neumáticos.
En Europa durante la crisis del Covid –ojo que vuelve, sin avisar, en forma de gripe severa– se agotó el imprescindible paracetamol porque los más de mil laboratorios existentes en el Viejo Continente no se dedicaban a esos productos básicos, ya que resultaba más barato traerlos desde India o Pakistán. Hasta que en esos países necesitaron internamente toda su fabricación y Europa quedó desabastecida. De paracetamol, de batas, guantes y mascarillas. Ideal para describir gráficamente el concepto de “deslocalización de la producción”.
En este mundo tan estrechamente interrelacionado es vital conocer que, en este año, casi la mitad de la población mundial va a elecciones. Como suena. Sumen la India (1.400 millones), Indonesia (277), Estados Unidos (339), la Unión Europea (448) o México (130). Añadan países no tan poblados pero que cambiarán, o no, su suerte en las urnas, como Corea del Sur (51) o Sudáfrica (60); o incluso de menor población, pero que se la juegan igual, como República Dominicana (11), Uruguay (cuatro) o Panamá (casi cinco). Redondeen la cifra considerando a países que tienen elecciones, pero como si no las tuvieran, porque no hay expectativas de cambio real, como Rusia (137) o Venezuela (28).
Todavía podría añadirse, a esa impresionante suma de potenciales electores, una idea clarividente: “en las elecciones de Estados Unidos debería votar todo el mundo porque no nos será ajeno lo que allí pase”, como sugería el desaparecido periodista y escritor Manuel Vázquez Montalbán. Es decir, el concepto de “dependencia del liderazgo mundial”.
Los analistas financieros, en sus previsiones, advierten que deberá tenerse en cuenta lo que suceda electoralmente en este 2024 porque el mundo puede ofrecer una fotografía muy distinta en cuanto a política, proteccionismo económico o control de la emigración. Y, por supuesto, sobre el destino de las guerras abiertas, principalmente en Ucrania y Oriente Medio, ésta última con alto riesgo de extensión.
Porque la gran novedad no es solo el número de habitantes del planeta implicados en esos comicios, sino la tendencia creciente de ascenso de la extrema derecha, desde Países Bajos a la Argentina. Miren a Italia y a lo que vendrá en Francia. Es tal la fuerza electoral amasada por partidos de esas tendencias que el concepto “extrema derecha” ya no puede contenerla. Es un voto contra el descontento social, contra la desconfianza en las élites y contra el sistema establecido; es expresión, en parte, de la desesperación inducida por el cambio de clase social que experimentan clases medias empujadas a una pobreza relativa, de la que creían haber escapado.
Bienvenidos al espectáculo electoral de 2024. Iremos viendo qué dicen las urnas y como se recompone el mapa mundial de influencias políticas para años posteriores. Y como en todo evento que se precie, la sorpresa principal se guarda para el final: solo en noviembre conoceremos si el mundo tendrá que vérselas con un segundo Donald Trump, si la Justicia no lo ha parado antes. Más experto y más enfurecido.
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