Hemos tenido una semana regulera, es la verdad, que a mí la lluvia me frena mucho, desde siempre, desde que soy un nene, que no sé yo esa cosa que le tengo, pero consigue dejarme metido en casa, ya ves tú con lo que soy yo, que me gusta la calle más que nada. Pues nada, que me gusta ver llover, pero detrás de la ventana, calentito en casa.

No quiero imaginar qué me pasaría si viviera en uno de esos países que no dejan de llover y que hasta nieva cada dos por tres, no lo quiero imaginar, que lo mismo ni saldría a la calle. Aunque yo creo, conociéndome, que me acabaría acostumbrando, claro que sí, porque al final nos acostumbramos a todo, hasta a lo que no nos gusta, que eso es así, y solo hay que escuchar cuando suenan las alarmas a las siete de la mañana. Pues eso. He aprovechado esta semana para hacer otras cosas, como ordenar mi armario, que ya le hacía falta. Aunque yo no tengo mucho que ordenar, que tengo cuatro cosas, ya saben ustedes, que para tener cosas hay que comprar, y para comprar hay que tener dinero y ahí yo nunca, más tieso que la mojama. Eso sí, tenía un cajón de recuerdos, de tonterías, solemos decir, pero esas tonterías que nos recuerdan momentos muy bonitos que hemos tenido en el pasado. Que si entradas de fútbol, que si una publicidad de un museo, que si una bolita de cera, que si un botón de no sé qué, ya saben ustedes, esas cosas que nos empeñamos en guardar no sé muy bien por qué, la verdad.

Mi hermana me suele decir que las cosas materiales no son los mejores recuerdos, que los mejores recuerdos los guardamos dentro de nosotros, en el corazón y la cabeza, y yo no le voy a quitar la razón, pero hay cosas materiales, como las que antes he dicho, que nos ayudan a recordar buenos momentos que hemos tenido, y eso es así, y tampoco nadie me lo puede negar. La verdad es que si te pasas, pues eso, en vez de recuerdos tienes una escombrera, que es lo que le pasa a algunos, y tampoco creo yo que sea la cuestión. En fin, que como siempre suelo decir, en la mitad seguro que está lo acertado, que ni tanto ni tan calvo, en su justa medida. Y eso lo podemos aplicar a todo en la vida, a todo. Porque eso nos puede pasar hasta con los amigos, que nos empeñamos en querer conservar hasta a los que no son de verdad, y eso no es un buen negocio, sino todo lo contrario. Aunque yo, por suerte, no tengo a nadie así en mi alrededor, hablo por oídas, como se suele decir.

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