Análisis

Tacho Rufino

Hacer del agua burbujas

En el NQH2O se comprarán y venderán derechos sobre el agua de California, con vocación de ser referente mundial del precioEl agua es un bien vital y escaso de dominio público, ¿seguirá siéndolo?

Desde el pasado lunes, el agua de riego de California fluctúa en Wall Street con el nombre de Nasdaq Veles California Water Index. No se trata del mercado de Bolsa que todos conocemos, aunque sea de oídas, en el que se compran y venden acciones o derechos a tiro de clic. Este de agua -mejor dicho, de derechos sobre el agua- cotizará en un mercado de los llamados de futuros, donde se comercian bienes físicos como el petróleo, el café o el aceite de oliva, que deben comprarse y venderse por las partes en una fecha futura determinada y a un precio también determinado. Una parte puede querer asegurarse un suministro, la otra juega a que el precio en la fecha de término sea menor que el que ha contratado, y así obtenga un beneficio. La realidad es que estos mercados -o sea, lugares donde se encuentran la oferta y la demanda de algo- no suelen en la mayoría de los contratos sustanciarse, llegada la fecha, en un intercambio real de dinero a cambio de toneladas de café o, desde ahora y en California, metros cúbicos. Se quedan en un juego de bolsa que se renueva entre pérdidas de unos y ganancias de otros. No se desplazará el agua por el planeta por causa de este flamante y controvertido NQH2O, al menos de momento. Sí, quizá, por las cuencas y pantanos de California. No se sustraerán aguas que resultan semigratuitas a los arroceros del Guadalquivir para dárselas a las explotaciones hortícolas de la árida Almería: no es de esperar ningún trasvase como el del Ebro al Segura del desarrollismo franquista. Entre otras cosas, porque aquí, en España y de momento y como era en aquel 1969, el agua es un bien de dominio público por ser el elemento básico de la vida humana, y sería una locura ceder gratis el agua -o su derecho de uso- a manos privadas para que éstas comercien con ella. Nada que ver con el papel, por ejemplo, de las comunidades de regantes, que aportan racionalidad y seguridad al sistema agrario, pero que permiten que un regante ceda sus derechos de agua -en caso de no necesitarlos- a la propia entidad reguladora, a cambio de una compensación. Pero no a cualquiera que le llegue con los billetes por delante. Nada que ver.

La Bolsa, y en concreto aquella donde se transan a fecha futura bienes alimenticios u otros como el oro o el petróleo, debe, en lo positivo, fijar ciertos valores de materias, y además reasignar correctamente los desajustes entre su oferta y su demanda, evitando excesos en una u otra magnitud que propicien ganancias de pescadores; de los pescadores mejor informados y con mayor músculo financiero y operativo en esos mercados. Pero hay otra cara en esa moneda: un mercado de fluctuación libre de la oferta y la demanda está sujeto a presiones ajenas a tal libre juego, a faroles, a señuelos, a ventas masivas, a rebotes técnicos: a especulación. No seamos fariseos: todos especulamos cuando nos alegramos de que nuestra primera o segunda vivienda se revalorice. Pero se trata del agua: sin ella no hay vida, y por tanto es un derecho humano tutelado por el Estado en todo país decente y hasta indecente del mundo (otro día hablaremos de las guerras del agua del futuro). Que la escasez del bien esencial y líquido aceche no debe propiciar que se abra la puerta a que entes privados sin rostro ni responsabilidad política comercien con él para su lucro. El lucro es bueno, según y cómo: decía Adam Smith que del egoísmo -valga decir afán de lucro- del carnicero depende que tengas un filete en tu cena. Pero reiteremos: es el agua, no un entrecot. Es razonable, o inevitable, que California regule su escasez con fórmulas típicamente estadounidenses -la Bolsa, lo es-, pero de ahí a que los índices del nuevo mercado regulen el precio del agua en el planeta, y con ello estimulen la codicia privada, va un mundo.

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