Telecinco, esa cadena en la que todo el mundo asegura reparar sólo para ver Pasapalabra, la anuncia a todas horas. "Sühan: Venganza y amor, la nueva historia de amor de Divinity", así venden en la emisora la versión turca de Romeo y Julieta que, aseguran, ha conquistado el mundo. Como argumento para verla, te cuentan que su predecesora, la también turca Kara Sevda, es la absoluta panacea del drama romántico. Con esa carta de presentación resulta imposible no sucumbir a las neotelenovelas del siglo XXI. Pero oye, que la ficción, nominada a no sé cuántos premios a nivel internacional, no termina de cuajar entre el público de la sobremesa que, entre cabezada y cabezada, prefiere irse con Morfeo antes que sufrir por una historia de amor que ni le va ni le viene. Pero yo recuerdo que hubo una época en la que resultaba fácil vencer al sueño y quedarse pegado a la televisión como si nos fuese la vida en ello. Era la época de Pasión de Gavilanes, que se batía en duelo con una no tan exitosa Frijolito. Corría el año 2005 y la frivolidad de sobremesa era eso, frivolidad.

Género denostado por muchos, la telenovela -ridícula y con sobreactuaciones hasta decir basta- se convirtió en la estrella de las sobremesas españolas durante mucho tiempo. Pasión de Gavilanes, Gata Salvaje, Betty, la fea, Secreto de amor o El cuerpo del deseo son algunos de los títulos que -impensables a día de hoy- nos hicieron amar ese lapso de tiempo entre las cuatro y las seis de la tarde. Cargadas de estereotipos, en ocasiones machistas y con protagonistas de nombres impronunciables, la telenovelas de antaño eran -parafraseando a un millennial- pura fantasía. Ahora, cuando todo ha de ser políticamente correcto y la ofensa al prójimo se mide al milímetro, no hay lugar para ficciones de esas características. Porque, aunque el público las demande, no parece digno ofrecer en tu programación un espacio en el que señoras recauchutadas y hombres fornidos y barbudos con un acento nada mesetario se quieran, se odien y se vuelvan a querer. No es tiempo para telenovelas de antaño, en las que lo simple hacía de ellas el producto estrella, es el momento de ficciones de alto coste con actores occidentalizados y problemáticas europeas. Aunque la base de la historia siga siendo la misma. Pero es que lo frívolo, si su envoltorio camufla lo evidente, le lava la cara al más cínico de los terratenientes televisivos.

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