Análisis

PANDEMIA Manuel barea 45

Encuentros en las extrañas fases

El coronavirus -y el Gobierno- nos están devolviendo a la infancia. Siempre se nos dijo que nunca hay que dejar de aprender, que hay que estar estudiando toda la vida hasta que tengamos fuerzas, y Sánchez y los suyos están contribuyendo a que lo hagamos. Hasta los más remolones van a tener que readaptarse a este nuevo tiempo de aprendizaje. Creo que va a haber que fotocopiar o imprimir o recortar del periódico las cuatro fases de la desescalada, eso del desconfinamiento, porque de lo contrario es de temer que nos hagamos un liazo y acabemos donde no debemos o nos llevemos el planchazo porque hemos acudido a un lugar todavía cerrado. Así que lo más conveniente va a ser llevar encima, en la cartera o en el bolso, el trozo de papel y consultarlo como hacían los guiris -ay, los guiris- con los mapas y las guías.

Por ejemplo, los más devotos. Estos van a tener que correr en la fase uno, que es cuando está prevista la reapertura de las iglesias. ¿Por qué las prisas? Porque sólo estará permitido un tercio del aforo. O sea, cola al canto para rezarle al santo. Y en cuanto el cura vea que se ha llegado al límite, cartel de completo. Hasta la próxima. Mañana Dios dirá. O se madruga más, y Él ayuda.

La fase cero es para saltársela. Cuidado, no escribo saltársela como sinónimo de incumplirla, sino porque le veo el mismo interés que a otras cosas cero, como la cerveza cero, por ejemplo. Comprende reuniones en casa (ya va estar el cuñado llamando a la puerta), deporte individual (no, ni colectivo), apertura de pequeños locales con cita previa y recogida de comida (ya me recaliento yo algo). ¿La fase uno? Desplazamiento dentro de la provincia: vale, puedo ir a Bollullos. Apertura de terrazas al 30%. Para nada. ¿Pedir la vez para sentarme en una mesa y cuando esté sentado ser observado como si fuera un ejemplar de una extraña especie por los que aguardan cada vez más impacientes a que me levante? No. Además, un bar es su barra. No digo que las mesas con sus sillas no estén bien si se carga con una patulea de niños a los que más temprano que tarde hay que darles de comer o si se tienen varices o sabañones, o si uno es de natural flojo o se ha echado una novia, pero si no va a poder estar uno acodado en la barra, interrumpiendo el trajín de los camareros con un "pónme otra", teniendo con los más confianzudos una charleta de vez en cuando o simplemente oyéndoles hablar con otros parroquianos, no le veo el más mínimo aliciente. El hombre es un animal de contradicciones. Si ya escribí en otra entrada de este diario que estaba deseando el regreso a los bares, escribo ahora lo contrario: ese deseo se ha disipado, de esa forma prefiero no pisarlos.

En la tercera están las actividades culturales, el cine, el teatro, la caza y toda la pesca. Estupendo.

Yo creo que son fases para marcianos. Y servidor se tiene por alguien muy terrestre.

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