Tribuna Económica
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Los individuos eligen en función de sus preferencias y presupuestos (restricciones), pero sus preferencias están influidas por la propaganda y esta dictada por intereses más o menos camuflados, puede que en algún caso incluso turbios, a cuyos servicios se encuentran las ideologías. La propaganda moldea nuestras preferencias, normalmente a base de la repetición machacona de emociones, de una u otra forma están relacionadas con valores o principios morales, que nos ayudan a resolver el dilema de elección. Esta capacidad le confiere un extraordinario valor como tapadera intelectual de una estructura de dominación, capaz de vertebrar un mercado concreto o todo un sistema de bienestar, tanto en su dimensión política, como en la económica y social.
Definir la ideología parece ser tarea compleja, así que recurrimos a la RAE: “Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc.” Demasiado genérico, según algunas opiniones, pero no es nuestra intención discutir sobre la precisión del concepto. Nos interesa la ideología como pasta básica intelectual sobre la que levantar un modelo de convivencia, sobre todo en la medida en que desplaza a la razón, y por supuesto a la conciencia, en la resolución de problemas de elección que con frecuencia son complejos o imprecisos. Por ejemplo, ante la dificultad de entender en toda su dimensión la crisis del clima, o la necesidad de una transición energética o los límites a la intervención del estado en la vida y el patrimonio de los individuos.
En estos casos, cuando no se dispone de información suficiente o de capacidad para procesarla, la ideología resuelve el problema ordenando (homogeneizando) las preferencias individuales y el sentido de las leyes que regulan el consumo, el funcionamiento de las empresas o las relaciones laborales. En realidad lleva siglos haciéndose desde los púlpitos de todo tipo de templos, donde la fe, o su equivalente, ha sido el recurso para salvar el conflicto entre la razón y la verdad suprema que establece la doctrina.
Los nuevos templos donde los ideólogos contemporáneos, incluidos los encargados de mantener la llama de la fe en organizaciones religiosas, imparten su doctrina son los platós de televisión y otros medios de comunicación y las redes sociales, pero el objetivo no ha cambiado. Evitar que el individuo pregunte a su conciencia sobre lo que está bien o mal o sobre lo que es bueno o malo, justo o injusto. Tanto si es de izquierda como de derecha, la respuesta a sus preguntas sobre el aborto o la guerra en Gaza está en la doctrina dictada desde el comité ideológico de turno. Clamoroso es el caso de la ley de amnistía, en el que la propaganda no solo se ha demostrado capaz de domesticar conciencias, sino también de invertirlas en apenas meses de adecuado adoctrinamiento.
Las ideologías secuestran la conciencia de las personas, sin la cual difícilmente pueden ser reconocidas como libres. El colmo de la manipulación es la condena por transfuguismo a todo político dispuesto a anteponerla a los dictados doctrinales de los departamentos ideológicos de los partidos.
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