Análisis

Ángel Vázquez

¿QUE YA NO TENEMOS EDAD PARA QUÉ?

Todavía masco la arena de la Plaza de Toros. Aún tengo esos malditos graves taladrando mi estómago y me sobrevienen los sobresaltos de aquellos súbitos petardazos. No puedo arrancarme de la cabeza la imagen de Genne Simons volando por el escenario endemoniado y escupiendo sangre. Algún día espero poder olvidar su lengua arrastrándose hacia mí como una anaconda. No había tiempo para echarme atrás: Kiss venían a besarme y yo dudando en si hacerles la cobra. Qué disparate. Ahora viviré con ello para toda la vida. La brutalidad de su show probablemente requiera medicación y será comparado inútilmente con cualquier otra cosa que pueda ver con estos ojitos, los mismos con los que no quisiera haber visto a aquel tipo en calzoncillos bailando en mitad del ruedo. Aun así era el menos perjudicado porque a esta fiesta no se vino a hacer hidroterapia.

La inmensa preocupación que impregnaba al equipo en los días anteriores a la cita no era la pólvora, ni la desinhibición de sus fans; era el maquillaje. Córdoba tenía picos de 40 grados, poco compatibles con la tradicional cosmética de los americanos. La solución: frío. Por todas partes, desde que aterrizan, el frío les acompaña, al igual que las brochas y el acrílico, en una noche que dio tregua y nos ahorró un chorreo de gotelé que hubiera rozado lo escalofriante. Como escalofriante debe ser la explicación médica para hacer lo que ellos hacen con la edad que tienen. Sobrevolar al público en tirolina para aterrizar en un miniescenario adicional podría pensármelo. Hacerlo de esa guisa, con esas plataformas, es solo para inconscientes. Lo mismo que volar, subir y bajar de ascensores y plataformas, jugar con tanto fuego, disparar cohetes y repasar lo más clásico del repertorio sin importarles que sus voces ya no sean sombra de las de antaño. No hay pudor. Para eso están los trucos, que Kiss maneja a la perfección, milimetrados y esparcidos por su actuación, en un sincronizado guion gestado para su mayor gloria. En el Back Stage, me cruzo con Paul Stanley cuando acude desde su camerino al photocall en el que se hará fotos con unos incondicionales por 850 euros del ala (meet and greet). Lleva la equipación completa, incluidas las plataformas, y me pregunto cuánto tendrían que pagarme para ponérmelo y deambular por ahí de esa guisa. Recuerdo sus datos de facturación de 2017. Tal vez no me quedase tan mal.

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