La Academia Nacional de Ciencias de EEUU sentencia, y entiendo que es solo por incordiar, que el ser humano no es el único animal que compone canciones. Maldita sea. ¡No me lo puedo creer! Aseveran muy serios que el zorzal ermitaño también lo hace. Décadas sobreviviendo a tempestades a base de cantantes y canciones, y resulta que hubiera bastado con comprarme un tordo. Los pasos entre sus notas cumplen casi la misma proporción que conservan las que nosotros conocemos (Do, Re, Mi, Fa, Sol, La y Si). Matemáticamente hablando, cada nota corresponde a una frecuencia, y la diferencia de frecuencia entre cada nota, conserva una cierta lógica en toda la lista de notas. No me hagan explicárselo, yo tampoco lo quiero entender, desolado.

Tras esta bomba, hundido en la miseria, me fui a ver a Jorge Drexler a la Axerquía. Había perdido mi fe en los cantantes y necesitaba un nuevo dogma al que aferrarme que no fuera una botella marrón llegada de Galicia. Una vez invitaron al también Uruguayo Eduardo Galeano a una charla en una facultad de odontología. No pudo ir y mandó un fax en el que escribió: "Todo lo que sé de astronomía se lo debo a los dentistas". Yo todo lo que se de astronomía se lo debo a los cantantes. Casi que todo lo que sé de la vida se lo debo a ellos. A tipos como Drexler, con los que empastamos miedos y decepciones, hacemos endodoncias a los malos recuerdos y extraemos espinas sin anestesia infiltrativa. Uruguay había perdido su partido ruso y la noche estaba lista para superar reveses de la vida, incluida la reciente muerte de la madre del cantante. "Se fue mi madre a otros ríos donde la pena no existe", había dicho. Si la pena no existiese en este lado, ¿para qué querríamos las canciones?

Y cuando, subyugado por Drexler, lo de cantar en exclusiva ya me daba igual, vino otro revés. El primer documento humano lo hizo un escriba 3300 años antes de Cristo. Lo cuenta Yuval Noah Harari en Sapiens, un libro que impactó en Drexler como un meteorito y le shockeó grandes canciones. Pero el documento no era un poema de amor. Era un registro contable de un recaudador de impuestos llamado Kushim. Cuando te quieren dar la noche, los intensos siempre tienen argumentos de sobra… Pero no podrán conmigo y con mi fe en el relativismo y las palabras bien anudadas. El ser humano es la única especie capaz de dar a las servilletas de los bares un uso tan delirante y hermoso como escribir en ellas poemas para luego musicarlos. Poemas con los que Drexler nos llevó a las estrellas, a la belleza pura, al magma asesino, a la lágrima ácida que deja un surco sanguinolento en el rostro y a la azucarada que viene de la risa y cura la anterior marca, ambas destiladas para recordarnos que todos debemos todo a todos y que hay que seguir, seguir, seguir, seguir… Y ahora que venga el zorzal, o Kushim, y lo mejoren.

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