Análisis

rogelio rodríguez

Decadencia, sabotaje y engaño

Los caimanes de la vida pública hablan de un tiempo de tolerancia y los estúpidos se lo creen

La España política no es una caricatura accidental, ni las alarmas que crea son maniobra de analistas excesivos o arbitrarios. La España política es un esperpento, el fiel reflejo de una distorsión, donde se exalta la mentira, el pacto fraudulento, la mezquindad y la agresión a las instituciones democráticas. Una situación a todas luces decadente, degenerada, expuesta a cualquier eventualidad traumática. Los malintencionados, los caimanes de la vida pública, hablan de un tiempo nuevo de comprensión y tolerancia, y los más estúpidos se lo creen, ignorando que también esa virtud tiene un límite. Como dijo el eminente filósofo austriaco Karl Popper, "deberíamos reclamar, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes". ¿Qué, si no, es el nacionalismo cerril, la izquierda radical o el populismo ultraconservador? Estaban ocultos, pero no ausentes. Crecían en los caldos de la corrupción y los dislates de pasados gobiernos. Esperaban su oportunidad, y con Pedro Sánchez hallaron la ocasión.

La sesión constitutiva del Congreso fue una continuación al alza del caos que anegó la anterior legislatura. Una burla soez al sacro significado de la Cámara de representación, la más fragmentada de la democracia, con 19 partidos que, en principio, conformarán 9 grupos parlamentarios. Un acto de sabotaje en sede soberana, con inadmisibles proclamas sobre presos políticos, referidos a los condenados por el procés, y adhesiones al supuesto mandato del 1-O. El preámbulo de un Parlamento trivial, tumultuoso, en el que un tercio de los escaños, más de cien diputados, difaman la Constitución, y en el que, en esas horas de ofensa institucional, representantes del PSOE de Sánchez negociaban su delirante contubernio con los dirigentes de ERC enviados por el preso Oriol Junqueras, condenado por sedición y malversación, uno de los delitos políticos de mayor gravedad. Vejatorio motivo por el que el Gobierno aún no ha recurrido la última resolución del Parlamento de Cataluña a favor de la independencia. Por qué hacerlo, si, como señala el ministro Ábalos, todo eso es producto del conflicto político.

El forzado casorio de intereses entre el PSOE y Unidas Podemos ya parece un mal menor, incluso determinados sectores empresariales comienzan a mostrar temerosa comprensión. Pero no lo es. Y no lo es porque, a pesar de la égida coyuntural de Pedro Sánchez, y de Pablo Iglesias, socialistas y comunistas son antagónicos en asuntos esenciales, porque desde el estrepitoso fracaso de la Primera República (febrero de 1873-diciembre de 1874) nunca más se alumbró la más mínima posibilidad de coalición entre ellos y porque, ahora, ambos dependen del plácet contranatural del nacionalismo independentista, en el que confluyen las más diversas y opuestas ideologías. ¿Cuándo el socialismo y el comunismo tradicional fueron a pachas con los secesionistas?

Pedro Sánchez se atreve con todo y hasta llega a decir que "el acuerdo con ERC siempre será dentro de la Constitución". Pero decía Descartes que "es prudente no fiarse por entero de quienes nos han engañado una vez". En el caso que nos ocupa se ha perdido la cuenta.

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