Análisis

rogelio rodríguez

Casado aísla a Vox y alerta al Gobierno

Lo mejor que puede hacer el líder de Vox en mucho tiempo es no despegar los labios

Era evidente que la esperpéntica moción de censura presentada por Vox contra el calamitoso Gobierno de Pedro Sánchez no tenía un fin constructivo, acorde con la letra y música de este mecanismo parlamentario. Sin posibilidad numérica y sin programa alternativo, más allá de una retahíla de denuncias cantadas, lemas reaccionarios y sofismas, el fracaso estaba garantizado. Pero eso ya lo tenía asumido de inicio el proponente, Santiago Abascal, cuyo único objetivo era aprovecharse del paroxismo que sufre el Partido Popular y desplazarlo como referente capaz de las fuerzas conservadoras frente a la tóxica coalición de izquierdas que rige la España de la pandemia con apoyo independentista y abertzale. El propósito de Abascal era una trampa fratricida, pergeñada sobre la actitud dubitativa que ha caracterizado hasta ahora al jefe de los populares, Pablo Casado.

El cartel mediático de la dolosa moción derivó de inmediato en una lectura tan certera como delirante: La derecha ultra contra la derecha cobarde, bajo el alentador arbitraje de Pedro Sánchez desde su fortificada esquina presidencial. El púgil de la calle de Génova apenas tenía opciones. Debía combatir con dos rivales a la vez, emparedado por esos dos peligros de los que alertaba Mario Benedetti: la derecha cuando es diestra y la izquierda cuando es siniestra. Cualquier descuido o flaqueza arrojarían a Casado al cubo de la historia. Sánchez y Abascal estaban encantados en ponerle juntos la tapadera. Otra despreciable pinza para los anales.

Y en esa dirección parecía ir el asunto, con los populares castigados en las encuestas, con Vox en alza, con el PSOE ganando distancia, con los nacionalismos en crecida y con una mayoría de votantes de derecha que, según el CIS que manejan en La Moncloa, aprueban a Abascal y suspenden a Casado. En todas las sedes del PP cundieron los miedos. Pros y contras sobre el no, el sí o la abstención. Temor, sobre todo, a perder por KO y despeñarse en una refundación de urgencia y sin liderazgo. Y los que, entre bambalinas, musitaban conspiraciones y paladeaban las pócimas ideológicas que divulga Vox.

Pero Abascal, en plan sucedáneo de Le Pen y propagandista de Trump, su líder de referencia, dejó expedito el terreno de la sensatez y la razón de Estado, con proclamas populistas, retrógradas, insultantes, antieuropeístas e incendiarias. Y sin proyecto alternativo. Volvió a ignorar que en democracia el respeto es un valor inviolable. Y mientras Sánchez se volcaba en identificar al PP con Vox y a ambos con la derecha que retorna al franquismo, surgió Pablo Casado y, al fin, dijo: "Hasta aquí hemos llegado. No somos como ustedes". Y sí, esta vez sí demostró que son distintos con un discurso brillante, rompedor y medido que habría suscrito el mismísimo Cánovas del Castillo. Satisfizo al espectro centrista y a la derecha moderada, impactó con preocupación en la bancada del Gobierno y amordazó a Abascal. Lo mejor que puede hacer el líder de Vox en mucho tiempo es no despegar los labios. Precisamente lo que no quieren que haga Sánchez y sus coaligados.

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