Rogelio Rodríguez

Ambición, mentiras y chantaje

La Rotonda

En estas circunstancias, sólo los cínicos como Pedro Sánchez pueden mostrarse optimistas

18 de enero 2020 - 02:40

A Pedro Sánchez la vida le sonríe cínicamente. No ha logrado todo lo que quería, pero tiene lo que más deseaba. Encarna la prueba de que, en época de abatimiento moral y ético, la exhibición de principios alterables no impide alcanzar el poder. Pero, como decía el escritor y filósofo británico Aldous Huxley, "el fin no justifica los medios, por la sencilla y clara razón de que los medios empleados determinan la naturaleza de los fines obtenidos". En ningún momento de nuestra era democrática se ha practicado el engaño con menos vergüenza y mayor beneficio. En estas circunstancias, sólo los cínicos pueden mostrarse optimistas. O esa clientela habitual que pace sumisa en el pesebre del que manda. O los muy cándidos. De siempre, el poder innoble cultiva visceralidad, a su favor y contra los otros, en esa masa ingenua que mimetiza las mentiras, ajena a la desgracia que conllevan. Sánchez agranda su parcela a despecho, sin encontrar reacción crítica donde más debiera: el propio PSOE. Enternece el grito aislado de un viejo socialista herido como Joaquín Leguina, que lleva años monte a través, clamando para que el "sanchismo no sobreviva a las próximas elecciones".

El socialismo está sumido en una franca deriva ideológica -y orgánica, como revela la práctica nulidad del Comité Federal-, a expensas de un líder sin recato que ennovia con la izquierda antisistema, con los republicanos secesionistas, con los bildutarras o con los nacionalismos reaccionarios. Su gran objetivo no es sólo impedir que nada ni nadie obstaculice el llamado Gobierno progresista de coalición, sino obtener el apoyo del diablo para mantenerse en La Moncloa, aunque ello implique entregar al diablo el alma del PSOE. Sánchez dijo que no podría dormir con Podemos en el Gobierno y en la mesa del Consejo de Ministros se sientan un vicepresidente y cuatro titulares del clan morado. Renegaba de los independentistas y gracias a ellos superó la investidura. Rechazaba las llamadas de Torra y cuenta las horas para reunirse -de igual a igual- con el todavía presidente de la Generalitat, siervo de Puigdemont y títere del movimiento golpista y del ominoso nacionalismo conservador catalán. Pedía despolitizar la Justicia y ha emprendido su ocupación. La chulesca designación de la ex ministra Dolores Delgado como fiscal general del Estado es una prueba palpable de la gracia que exige ERC para los condenados del procés. Sánchez ha convertido en constitucionalmente ofensiva una decisión que era norma de todos los gobiernos precedentes: situar al frente del Ministerio Público a juristas afines.

El presidente sólo es fiel a su codicia. En esa temible fidelidad radica su abdicación ante el chantaje secesionista. Y, en esa trama, la espeluznante ofensa del vicepresidente Iglesias al afirmar que "la justicia española ha sido humillada por la justicia europea". Ha comenzado el dulce trágala de Pedro Sánchez. Si incumple lo pactado con los enemigos de España, no habrá Presupuestos. Y sin Presupuestos la legislatura emprenderá la marcha fúnebre, aunque la coalición frankestein hará lo que sea para evitar el rigor mortis.

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