Estamos en un momento delicado. En una encrucijada a la que por desgracia andábamos acostumbrados por estos lares. Años en los que el club llegaba al último tramo de la Liga de Segunda con la soga al cuello y mirando al descenso a Segunda B con el rabillo del ojo. Casi un quinquenio después volvemos a estar en ese punto y el desencanto general puede acabar arrastrando al equipo a una pelea inevitable por la permanencia. Y es en estos momentos cuando la experiencia y el sentido común se hacen imprescindibles para tomar decisiones coherentes y acertadas de cara a un futuro inmediato. Ahora que las cosas pintan bastos la responsabilidad absoluta recae sobre un hombre, Alejandro González, ilusionado y responsable con la labor que le ha encomendado su padre pero inexperto en situaciones límite. Tal vez no es el escenario más favorable para que el nuevo presidente vaya cogiendo tablas para llevar sólo las riendas de un club tan peculiar y complicado. Seguramente el bueno de Alejandro esté poniendo todo de su parte para seguir adelante con el proyecto familiar pero no es menos cierto que necesita ayuda. La situación es difícil y requiere posiblemente de cirugía cuando el galeno nunca ha entrado en quirófano. Tal vez, aunque ya no esté en el día a día, sería bueno que Carlos González comparta con su hijo el statu quo actual y le brinde su apoyo, no sólo porque sea su obligación como propietario sino por algo más importante porque es injusto que el marrón sea sólo para su hijo. No pasa nada por pedir asesoramiento a quien posiblemente mejor pueda darlo. La soledad ante problemas graves no es buena consejera. Alejandro seguro que puede ser un futuro presidente del Cordoba, ¿por qué no? Pero en estos momentos debe buscar la implicación de personas con experiencia que le ayuden a tomar decisiones. Su padre no puede ni debe dejarle sólo en este momento tan crucial. Hay muchas cosas en juego y, al margen del Córdoba, su hijo le necesita.

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