Análisis

Gumersindo Ruiz

'Alcarràs': no apartar la mirada

Esperaba más de la película de Carla Simón, quizás porque me gustan las historias con una trama que al desarrollarse sorprende, y aquí casi todo acaba igual que empieza; sin embargo, añadir cualquier dramatismo al guion de Arnau Vilaró sería artificioso, previsible, y quitaría naturalidad a una película cuya frescura ha hecho que le dieran el Oso de Oro en Berlín. Desde luego, están perfectamente dirigidos los actores, no profesionales, y son preciosas en su minimalismo las escenas con detalles de la vida sencilla de los personajes, que sufren la tensión de que se la están cambiando.

Cuatro problemas se plantean: la vida dura del agricultor, rica en experiencias sensoriales, pero difícil de llevar física y anímicamente; los precios agrícolas intermediados por oligopolios de demanda, que apenas dan para cubrir costes; el abandono de las tierras y la oportunidad para que grupos financieramente fuertes las acaparen; y el uso alternativo al cultivo como son los parques de placas solares. La paradoja es que, apenas estrenada la película, los costes energéticos y del agua hacen aún más difícil el cultivo, y la urgencia en producir energía daría la razón a la sustitución por placas solares. Estos desequilibrios de nuestras economías son conocidos: dudábamos de la energía alternativa por ser cara cuando el petróleo y el gas eran baratos, y ahora la buscamos desesperadamente. No queríamos agricultura local porque no es rentable, pero la disrupción en las cadenas internacionales nos hace volver a ella. Queremos pagar precios baratos por los productos del campo, pero poner al consumidor en el centro del esquema productivo no debería llevar a la miseria empresarial y salarial de quien produce, recurriendo a mano de obra inmigrante y, en fin, confirmando que la competencia entre empresas puede ser un proceso de destrucción del que no siempre surge otro creativo con valor social mayor a cero. Es una verdad que los precios al consumo deben reflejar el coste de salarios dignos, en un marco de competitividad y eficiencia que no sea la ficción de que hoy los precios son baratos y mañana no, cuando la competencia cede.

Dos ideas podemos añadir. Una, que la agricultura sostenible en agua, energía, fertilizantes, tiene importancia por sí misma en el mantenimiento de equilibrios medioambientales, y debe ser protegida, de manera que la inversión en infraestructura y digitalización es fundamental como política pública, de las empresas y asociaciones de agricultores. Otra, que la diversidad productiva, capacidad de suministros, y en definitiva cierta autonomía en el ámbito de relaciones con países amigables, es una actitud sabia, como se ha demostrado en los últimos años. Abandonar una actividad productiva porque no parece rentable y luego tratar de recuperarla es en algunos casos imposible, y Carla Simón se compromete con lo que decía el director Akira Kurosawa de que el papel del artista, el creador, es no mirar hacia otro lado; y sobre todo, en ciertos momentos, cuando se necesita como aquí una mirada atenta al campo, la economía, las relaciones y comportamientos, injustos o generosos en la familia y fuera de ella, siempre con el equilibrio que en la película aporta la inteligencia emocional de las mujeres.

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