Dan ganas de gritar de ira: el dinero que destinará el Gobierno a Cataluña en los nuevos Presupuestos supera en el 50% el presupuesto anterior, el de Rajoy. Que no nos vengan con gaitas de que hay que pensar en los ciudadanos catalanes y no en su Gobierno; que no nos tome el señor Sánchez por idiotas; que no mienta: el incremento brutal del dinero que destina a Cataluña no tiene más objetivo que ablandar el corazón de Puigdemont y de Junqueras para que le voten el proyecto de ley que le permitirá mantenerse en La Moncloa hasta el final de la legislatura.

¿Que siempre se ha pagado un precio a los nacionalistas para conseguir su apoyo a los Presupuestos? Sí, siempre. Pero no con un incremento tan brutal, no con tanta diferencia respecto al resto de las comunidades autonómicas y, lo que es peor, nunca cuando el Gobierno al que se manda ese dinero para que lo administre, pretende escindirse de España.

A los gritos de ira habría que sumar los de indignación al comprobar que Sánchez, Montero and Company no tienen en cuenta las necesidades de otras comunidades que han cumplido con las normas de austeridad y de control económico impuestas por el Gobierno central; no han premiado a quienes se han esforzado en cuadrar las cuentas, no han tenido el menor respeto para los gobiernos que habían enviado a Hacienda el listado de necesidades y esperaban el maná presupuestario para solucionar problemas de magnitud. El agravio comparativo es total, enorme. Encima, hay que tragar con que ese gobierno independentista incluso ha tenido el atrevimiento de advertir que ellos no quieren el FLA sino dinero contante y sonante que administrarán como les dé la gana.

Con Sánchez se está aprendiendo a golpes de indignación que este presidente no es fiable, no se puede ir ni a la esquina: cuanto peor se trate a España y a los españoles, más oportunidad tiene el agresor de salir bien parado. Ahí está Sánchez para ofrecerle lo que quiera.

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