Análisis

Ángel Vázquez

Axerquía versátil. Stern entre dos aguas

Es posible convertir un recinto como la Axerquía en un club de jazz? Pues parece que sí. Lo primero será contactar con un acreditado jazzista. Mejor que sea guitarrista. Que se puedan decir cosas de él como que más allá de los sesenta mantiene aptitudes en sus dedos propias de un chaval. Nos aseguramos de que no le asusta el verano cordobés (lo ama y lo odia a partes iguales) y que su agilidad sigue conjurada con una forma de tocar extrovertida, deflagradora, impregnada de blues y rock de alta escuela.

Ya tenemos a Mike Stern en el bote. Con esa carita eternamente feliz que siempre exhibe. Ahora hay un recinto de 4.500 localidades con pista y dos niveles de gradas que resulta desmesurado para el tipo de concierto de que se trata. Como idea, agrupemos al público en piña a los pies del escenario, de manera que se cree una zona cercana al artista donde recrear el ambiente mas íntimo de ese club que buscamos. El escenario es…. bueno, es demasiado escenario. Situamos a todos los instrumentos y sus instrumentistas abrazados en el centro al calorcito del julio cordobés. El resto, a oscuras.

Y el experimento funcionó. Y ya sabes que a Mike, con los chicles que le das él se hace bombas. Y qué bombas. A pie de escenario algo más de 600 espectadores disfrutaron de un potente show mientras las zonas altas del Teatro de la Axerquía quedaban a oscuras en busca de esa adecuación al aforo jazzero. El propio músico celebraba la idea, que liberaba al recinto de un encorsetamiento en grandes conciertos totalmente injustificado. Con Mike Stern y su perversa fórmula de conjugar rock y jazz, en la que pueden hallarse hasta esencias de Hendrix, se abrió una puerta giratoria entre estilos, detalle que le describe e individualiza, y que ayudó a saber que la Axerquía es mucho más que gradas en una ladera.

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