Análisis

Ángel Vázquez

El alumno que amaba nuestras puestas de sol

Cuando salió de su casa llovía. Apenas 13 grados. Suele pasar en esta época del año en Darjeeling, muy cerca de Nepal, Bután y el Tíbet. Ahora su guitarra está a diario al borde de la combustión espontánea por nuestras callejas. Pero Abhigya Y Bharati es feliz, muy feliz. Felicísimo.

Su guitarrista favorito, Pat Martino, que como sabrán, murió y resucitó para el mundo de la guitarra tras un aneurisma, es un ejemplo de superación en el que se mira no pocas veces mientras se entrega a la caja de madera encordada. Barathi sueña con crecer, con tocar inmerso en su paz interior, pero no para cumplir expectativas de cara a la galería, sino para estar en armonía con sí mismo. En 2017 fue primer premio del Concurso de Guitarra Española del festival de música clásica de Calcuta. Su alegría fue desbordante porque el premio incluía viajar a España al Festival de la Guitarra de Córdoba, gracias a la Embajada de España en Nueva Dheli y el IMAE-Gran Teatro.

Pletórico, acude a las clases de Leo Brouwer, Marcin Dylla, Berta Rojas, Manuel Barrueco y David Rusell. Se pellizca porque cree estar soñando. Lo mira todo con una curiosidad de felino, con unos ojos oscuros que devoran cada imagen de Córdoba como si quisiera llevársela impresa en un álbum interior en el que buceará durante mucho tiempo. Barathi comenzó abrazado a los clásicos, pero ahora su cabeza vuela hacia el jazz, el rythm and blues o el dreampop. Por eso escuchar a Metheny, Lekhfa, Stern o Bosco son emociones sumadas al alucine de las puestas de sol de la ciudad de la Mezquita. Y no solo por la belleza de ver esconderse la luz tras nuestro patrimonio, más aún por lo tarde que se hace de noche. Dice que el tiempo juega a nuestro favor. Hay mil cosas por hacer, y mas horas para hacerlas. Se siente como en casa, en una cálida camaradería con alumnos y profesores. En un ambiente que alaba como único para aprender y hacer amistades que serán para siempre.

Es libre porque siempre fue por libre. No aprendió en un conservatorio. Es libre en esta ciudad deslumbrante. Se lo cruzarán camino del Albergue o de la Facultad de Filosofía, del Góngora o de la Axerquía, ojos grandes, oídos atentos. Una esponja. Salúdenle. Verán su sonrisa. Es el mejor embajador que podríamos soñar.

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