Oceanía | Crítica

Una vida en las Antípodas

Carlos Hipólito, en 'Oceanía'.

Carlos Hipólito, en 'Oceanía'. / IMAE

A nuestro pesar, la oferta lumínica, comercial y lúdica de una Navidad como la que siempre hemos vivido le ganó esta vez el pulso al Teatro y el patio de butacas del Góngora fue ocupado por quienes son fieles a su cita con la escena. Allí tuvimos el privilegio de ver Oceanía.

Oceanía es un homenaje póstumo a Gerardo Vera, un monólogo escrito por él mismo que narra parte de sus vivencias de infancia y juventud donde conoceremos un pasado colmado de contrastes. En su transitar por aquellos años del franquismo Gerardo conoció la abundancia al pertenecer a una familia adinerada con propiedades, ganado y tierras. Descubrió su pasión por el espectáculo, quedando fascinado por la mirada intensa de Sofía Loren, hospedada en el caserío familiar de Torrelaguna mientras rodaban Orgullo y Pasión Junto a Cary Grant y Frank Sinatra.

Una niñez de cuento de hadas que se tornó en miseria provocada por el despilfarro de su padre, personaje que adquiere un especial protagonismo a lo largo del monólogo, el cual pese a su descenso a los infiernos con el paso del tiempo siente mayor acercamiento hasta lograr reconciliarse. También hay momentos para el amor y el despertar sexual tan mal visto por la moral de la época. Mientras todo esto ocurría, el joven Gerardo iba trazando el camino que llevó a convertirse en una de las figuras imprescindibles de las Artes de nuestra historia actual, aunque esto último queda resumido en apenas unos párrafos, casi de forma anecdótica. De haberse usado a modo de anecdotario hubiera llenado otros noventa minutos y, por otra parte, seguro hubiera atraído a otro tipo de público más acostumbrado a ver programas de sobremesa repletos de chismes jugosos.

Para realizar este último proyecto de Gerardo Vera que el covid le impidió hacer han sido tres personas muy cercanas a él quienes han dedicado su profesionalidad y cariño para materializarlo. José Luis Collado toma las riendas del texto para, como siempre hizo, ordenar la creatividad desbordante de su querida pareja y para la puesta en escena contamos con dos de sus ahijados teatrales: José Luis Arellano dirige con la sensibilidad precisa, encajando las piezas en un cuadro plástico y dinámico donde impera la intimidad sin correr el riesgo de abotargar. Para ello, cuenta con la maestría de un trasmisor excepcional. Carlos Hipólito se disuelve como sal en este océano de palabras y nos abriga con una interpretación llena de generosidad, sinceridad y sencillez.

Salvando la pintoresca anécdota del rodaje hollywoodiense, junto a la posterior y exitosa trayectoria de Gerardo Vera, el texto de Oceanía está repleto de episodios que prácticamente la totalidad del pueblo español ha vivido durante buena parte del siglo pasado. ¿Quién no tuvo un pariente rico que lo perdió todo en las cartas? O familiares que lucharon en bandos contrarios y alguno acabó en un paredón fusilado, en una cuneta o en una fosa en no se sabe dónde.

Padres, abuelos, tíos que tras acabar el tajo pasaban horas en la taberna bebiendo y fumando hasta llegar amargados a sus casas donde les esperaba una familia atemorizada por el alcoholismo. Muertes provocadas por hígados reventados y pulmones agujereados de “hombres” que buscaban desesperadamente la redención antes de dejar el mundo. Algún primo, hermana o hermano de “extraña” soltería… Lo singular de Gerardo Vera es que aglutinó en su vida todos estos escenarios y de una manera u otra forjaron su carácter que pese a no visitar nunca Oceanía le ayudó a vivir en las Antípodas. Bravo maestro.

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