Crítica de Música

Como si fuera nuestro último día en la tierra

Ahora que las heroínas están de moda y que los cómics con nombres de mujeres guerreras se revalorizan en las tiendas de frikis, Eva se encajó su vestido plateado y dio un disimulado empujón a Juan Aguirre, plantándolo en mitad de la Axerquía con su guitarra al cinto y la gorra de rigor apenas desencajada. Venía Amaral de triunfar en el Festival Guitar BCN y Córdoba no iba a ser menos, aunque contenía el aliento por lo que pudiera pasar en este fin de fiesta del Festival de la Guitarra. No acabábamos de entender muy bien eso de la relectura del Nocturnal y sus aspiraciones "orgánicas" (¿acústicas?), por lo que cierto resquemor podía flotar en un ambiente teñido de domingo mentiroso. Pero cuando la heroína zaragozana y su particular Robin exhibieron superpoderes en la noche de julio cordobesa, no hubo mal sabor de boca capaz de asomar la cabeza por entre las piedras. La propuesta no solo fue sagaz y coherente con el momento que viven, sino que supo responder con acierto a lo que el público demandaba esa noche, en la que la guitarra, mal que pese a los agoreros, tuvo un protagonismo bestial con el pop como fondo.

Tras la siempre hipnótica intro de All tomorrow's parties (The Velvet Underground) la banda antepuso la lógica y la cordura a cualquier experimento vano o inocuo, trazando una línea de más de 30 canciones que resumió a la perfección de dónde vienen y adónde van, sin caer en la caricatura y sin pretender en ningún momento despeñarse imprudentemente por acantilado alguno. Conscientes como pocos grupos de sus opciones, sus lados oscuros y sus pros, cuajando una formación muy básica, sin aditivos que dibujaran añadidos líricos, verificó con aplastante sinceridad el camino por el que quieren ir, y que marca la evolución del grupo de masas hacia caminos escogidos por sí mismos y no por el ardor de la industria. Y todo ello con el beneplácito del público, menudos privilegiados.

Sin dar tregua un instante, repasaron extensa y ávidamente diversas acepciones de su disco más reciente, pero al mismo tiempo las más de dos horas de concierto fueron escenario sobrado para alimentar nostalgias y deseos de saltar de un público que se moría por un clásico, y volaba al mismo tiempo con las más flamantes e inflamadas reescrituras de sus piezas. Los medios tiempos y pasajes baladísticos no parecieron cansar a nadie, paladeados con fruición a pesar de que ya sabemos que hay conceptos en sus letras donde lo tortuoso se suma a la cruda realidad, en una inquietante redacción de la realidad humana. Pero eso ya no importaba. No era domingo. Y ni aunque lo pareciera, nuestro último día en la tierra.

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