Cultura

El rebelde capitán de la gran nariz

  • La figura de Omar ibn Hafsún, caudillo que mantuvo en jaque al Emirato Omeya de Córdoba desde su atalaya en la ciudad de Bobastro, sigue siendo actualmente motivo de controversia

Pocas figuras históricas desatan las pasiones de Omar ibn Hafsún, rebelde sin par que entre el año 880 y el de su muerte, 918, mantuvo en jaque al Emirato Omeya de Córdoba y llegó a imponer su mandato en zonas de las provincias de Málaga, Granada, Jaén, Sevilla y Córdoba desde su atalaya en la ciudad de Bobastro, un enclave paradisíaco a escasos kilómetros de Ardales (Málaga). Las lecturas que desde distintas posturas históricas, políticas e ideológicas se han hecho del personaje han convertido a éste, a menudo, en motivo de controversia, pero su gesta, su influencia y su inteligencia militar son reconocidas hoy de manera general.

Las disputas a la hora de hablar de Omar ibn Hafsún se desatan ya desde el momento de su nacimiento, en un año no determinado, que se produjo en la alquería rondeña de Torrichela, junto al castillo de Autha. Si bien éste ha pertenecido tradicionalmente al término municipal de Parauta, actualmente corresponde al de Júzcar, lo que ha motivado no pocos litigios a la hora de adueñarse del origen vital del héroe. Umar ibn Hafs ibn Ya`far nació en el seno de una familia noble de terratenientes muladíes, descendientes de godos conversos al Islam. No debió pasar demasiadas calamidades hasta que su padre murió, siendo él niño, víctima del ataque de un oso.

El despertar guerrillero de Ibn Hafsún suele aparecer en las crónicas adornado con un toque doméstico: al parecer, el todavía adolescente asesinó a un bereber que robaba el ganado a su abuelo y tuvo que darse a la fuga, dado que los bereberes sostenían buena parte de la aristocracia de la época. Fue entonces cuando Ibn Hafsún se ocultó por primera vez en Bobastro, donde reclutó a toda una suerte de mozárabes, muladíes y no pocos fugitivos y malhechores. Aquí, diversos historiadores representan al caudillo como una mezcla de El Cid y Robin Hood, cuyo mayor empeño era saquear los graneros bereberes. Cuando comenzaba a convertirse en una amenaza para la seguridad del Emirato fue detenido por el valí de Málaga, quien se contentó con darle unos azotes.

Ibn Hafsún huyó después al norte de África, donde desarrolló una estrategia militar que pondría en práctica en el año 880, año de su regreso a Al-Ándalus. El Estado se encontraba sumergido en un caos político y territorial que el revolucionario aprovechó para reunir de nuevo a un gran ejército de insatisfechos.

Conviven aquí dos Ibn Hafsún históricos: el libertador que lucha contra la opresión bereber y el bandolero cuyo único objetivo era acotar su terreno para vivir con todas las comodidades. No obstante, sus actuaciones se multiplicaron por Córdoba y Granada con el beneplácito de las gentes, que vitoreaban a su ejército. Sus soldados le aplicaron el cariñoso apelativo de El capitán de la gran nariz.

Fue precisamente la admiración popular la que movió al emir Muhammad I a reclutarlo en su guardia. Ibn Hafsún aceptó e incluso combatió a los cristianos con éxito en la batalla de Pancorbo, lo que entraña una de sus grandes contradicciones. Sus ánimos, en este sentido, no parecen estimulados tanto por cuestiones religiosas o políticas, como a menudo se ha querido hacer ver, sino más bien con el enriquecimiento y la independencia.

Tras sentirse despechado en las filas omeyas, Omar ibn Hafsún recuperó a su ejército con el objetivo de asediar al Emirato, lo que logró durante casi 40 años con ayuda, incluso, de la aristocracia bereber a la que antes había castigado. Bajo los gobiernos de Al-Mundir (a quien engañó simulando una rendición tras quedar Bobastro cercada) y Abdallah firmó alianzas con rebeldes de Estepa, Osuna, Écija, Elvira, Jaén y hasta del norte de África. Tanto fue su poderío que los Omeyas le reconocieron como gobernador, aunque nunca dejaron de perseguirle. Cierta mitología apunta a que fue el primero en enarbolar la bandera blanca y verde.

Ibn Hafsún se convirtió al cristianismo en 889. Adoptó el nombre de Samuel, mandó construir una iglesia en Bobastro, se bautizó (lo que motivó la deserción de muchos de sus aliados) y tuvo una hija, santa Argentea, virgen y mártir. ¿Cuestión de fe? Quizá de nuevo, más bien, de independencia.

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