Cultura

La novela del Gulag

  • El último libro del británico Martín Amis denuncia, esta vez en forma de estremecedora ficción, el horror de los campos de trabajo en la Rusia soviética

Ya había dado muestras de su interés por denunciar los horrores del comunismo en sus dos libros anteriores, primero en las singularísimas memorias que tituló Experiencia, donde Martin Amis trataba de la problemática relación con su padre el también escritor Kingsley Amis -un tiempo seducido, como muchos otros intelectuales de su generación, por el espejismo soviético-, y después, más abiertamente, en un aleccionador ensayo que en cierto modo era continuación de su autobiografía, Koba el temible, donde Amis hacía recuento de los crímenes de Stalin y llamaba de nuevo la atención sobre la hipocresía o la ceguera de los compañeros de viaje que aplaudieron desde Occidente los presuntos logros de la revolución rusa, cuya complicidad con un régimen sanguinario e implacable hizo posible que el siniestro ascendiente de la tiranía se prolongara durante décadas entre amplios sectores de la opinión pública, que no veía contradicción en alabar las supuestas bondades del experimento soviético mientras disfrutaba de las libertades de las democracias europeas. Apoyado en la bibliografía más reciente, Amis ha vuelto a la carga, pero esta vez ha dejado de lado el ensayismo de divulgación para intentar, regresando al terreno que le es propio, la novela del Gulag.

Tal vez a estas alturas no sea necesario insistir en la naturaleza criminal de un régimen que confinó, esclavizó y asesinó a millones de conciudadanos indefensos, creando para este fin una vasta y desquiciada geografía del horror que figurará para siempre en la historia universal de la infamia, pero lo cierto es que no abundan -al contrario de lo ocurrido con el terror nazi- las ficciones que tienen como fondo la represión inhumana llevada a cabo de forma tan arbitraria como sistemática por las autoridades soviéticas, y a este respecto sigue siendo reveladora la fría acogida que se dispensó en Occidente a la obra inaugural del fallecido Solzhenitsyn, por tantos conceptos admirable. La probada destreza narrativa de Amis se ha aplicado, así pues, a un tema que durante mucho tiempo fue tabú, y el resultado es una novela sobrecogedora que recrea con trazos indelebles el horror de los campos de trabajo, las condiciones humillantes a las que fueron reducidos centenares de miles de inocentes reclutados como mano de obra esclava para tareas que ni siquiera eran rentables, con el único fin de mantener a la sociedad cohesionada por el miedo.

El narrador de La Casa de los Encuentros es un anciano excombatiente de la Segunda Guerra Mundial que logró sobrevivir al Gulag y medró después en la corrupta sociedad rusa posterior a la muerte de Stalin, optando por el exilio norteamericano en las postrimerías de la era soviética. El relato se presenta en forma de confesiones dirigidas a su hija estadounidense, como un descargo de conciencia que no ahorra los extremos más escabrosos -violaciones, asesinatos- de una vida contaminada por la violencia en la que el protagonista no ha dudado en ejercer cuando convenía el papel de verdugo. Pero la novela es también la historia de dos hermanos y de su amor compartido por una misma mujer, Zoya, una judía de sexualidad desbordante que contra todo pronóstico acaba casándose con el menor de ellos, Lev, un joven poeta que comparte cautiverio con el narrador y recibe su protección en el ambiente despiadado del campo, sin que entre ellos deje de existir, durante y después del confinamiento, una rivalidad apenas encubierta. El título alude a una cabaña situada en las inmediaciones en la que durante una época se permitían ocasionales encuentros entre los presos y sus mujeres, que podían desplazarse miles de kilómetros para cohabitar una sola noche.

El reparto del poder en la "granja de animales", la categorización de los presos conforme a una rígida jerarquía -cerdos, bestias, putas, serpientes, sanguijuelas, langostas- en permanente lucha por la supervivencia, la desesperación y el progresivo embrutecimiento de los confinados, el vacío posterior a la liberación de "los que habían estado fuera" -como eran eufemísticamente llamados-, son descritos por Amis en páginas estremecedoras, de una dureza exenta de patetismo, que trazan el cuadro desolador de una Rusia maldita, de tonos apocalípticos, en la que el sufrimiento del pasado se prolonga hasta el presente como una condena no expiada. Sólo a veces la voz del autor se impone sobre la del narrador, cuando éste se permite excursos históricos o reflexiones literarias -más propios del registro ensayístico- que no suenan demasiado verosímiles en el discurso del encallecido protagonista. Tampoco las enojosas generalizaciones sobre el alma rusa y su propensión al fatalismo se cuentan entre lo mejor de una novela en la que destaca, sobreviviendo incluso a la tragedia del Gulag, la historia del triángulo amoroso, magistralmente desarrollada por Amis, la compleja relación entre los dos hermanos y la fuerza del personaje femenino, que como tantas veces en la realidad representa la victoria del amor, indisociable del sexo, frente a la muerte.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios