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"Soy uno de esos niños que crecieron con las sesiones matinales del Oeste"

  • Publicada por Ediciones B, 'Comanche' recrea una historia con los elementos clásicos del western pero en los territorios de Nueva España, que se extendía de Honduras a Arkansas

El escritor Jesús Maeso, en la hemeroteca de 'Diario de Cádiz', tras la entrevista.

El escritor Jesús Maeso, en la hemeroteca de 'Diario de Cádiz', tras la entrevista. / jesús marín

Está ese cliché cuñado que se revuelca en la idea de que los estadounidenses no saben nada de (nuestra) historia o geografía. Ocurre que nosotros mismos, muy a menudo, no tenemos ni idea de nuestra historia (o geografía). Uno de los huecos más flagrantes al respecto lo protagoniza Nueva España: una enorme extensión de territorio que llegaba de Honduras a Arkansas y tenía 14 veces el tamaño de la España actual.

"De hecho, hay cosas de esa contundente presencia española en Estados Unidos que ni siquiera yo, que he sido profesor de Historia, con un montón de novelas de escenario histórico a mis espaldas, conocía", declara Jesús Maeso. El origen de Comanche (Ediciones B), una novela cercana al western pero sita un siglo antes del que existiera históricamente ese Lejano Oeste que nos ha llegado por las películas, está en una visita al Museo Vaticano.

"Ahí, destacando por inusual entre todo lo demás, me topé con una enorme cabeza de búfalo coronada por dos cuernos de jade -explica-. Cuando pregunté qué era aquello, me dijeron: Usted lo sabe seguro, porque es español".

Pero no, no lo sabía: aquella era la máscara de Cuerno Verde, el jefe comanche del siglo XVIII, que fue llevada como trofeo tras su derrota por un español al rey Carlos III, y este se la regaló al Papa Pío VI, que acababa de abrir las puertas de los museos vaticanos".

"Yo desconocía esto, claro -continúa Maeso-. Pero también que la huella española, vía asimilación, había sido tan grande entre los poblados indios de norteamericana que el indio Gerónimo, por ejemplo, hablaba español. Hay que decir que, sea como fuere, las poblaciones autóctonas de norteamerican que han sobrevivido fueron las que se relacionaron con los españoles: los españoles, al menos, llegábamos a acogerlos; los anglosajones, los exterminaban. Esta convivencia duró siglo y medio, hasta la llegada de las casacas azules. Cuando, en un encuentro con Toro Sentado, este le dijo al general Sherman que su pueblo quería vivir con el hombre blanco, Sherman contestó aquello de "el mejor indio es el indio muerto", y el intérprete le dijo: "¿Quiere que se lo diga?". Sherman se negó, pero lo dijo igualmente".

"Para los españoles -prosigue Maeso-, podemos decir que le mejor indio era el indio 'adoptado'. Por eso, en comparación, haber tenido contacto con o influencia de lo español, tiene hoy un prestigio excepcional. Hay gente que aún canta villancicos antiguos, o que guarda títulos de propiedad firmados por distintos reyes españoles".

No son pocos hispanos, como llegó a decir de su familia Eva Longoria, que no es que no hayan pasado la frontera, sino que la frontera les pasó por encima. "Los españoles fundamos en América 154 universidades, 6000 ciudades... -comenta Maeso, que está muy de acuerdo con las afirmaciones que, por ejemplo, realiza la historiadora Elvira Roca en Imperofobia y leyenda negra-. Como dice Hugh Thomas, el auténtico milagro de la civilización occidental es que en América se diera origen a una raza distinta".

A ello contribuyeron no poco, en la larga época tras la "conquista" española, que existieran leyes que penaran el maltrato a los indios o una figura como la Tregua del Mercado, la Paz del Mercado, por la que se permitía que los pueblos indios se acercarán a comerciar a las grandes ciudades de influencia española, Nueva Orleans, San Antonio, Santa Fe, El Paso... que era un primer gesto para insertarlos en el sistema".

No es que la población española no fuera, también, letal. Ahí estaban, menciona Jesús Maeso, los 2000 "dragones de cuera": "Caballeros todos de la Corona española que recibían ese nombre por la cota de varias capas de cuero que llevaban, y que fueron los primeros en cortar cabelleras: pero se limitaban a ejecutar a aquellos que antes habían robado, incendiado, matado..."

"Pensemos que estábamos fuera del Estado de Derecho -comenta el escritor-, todo el mundo castigaba en la medida en que creía que podían controlar un mal, sin tener en cuenta derechos humanos. Los mismos comanches, que eran terribles en sus asaltos y se ensañaban con los sacerdotes, por ejemplo, porque creían que portaban malos espíritus (adoctrinados por sus sacerdotes), luego eran muy tiernos con sus familias y animales. Nos sigue pareciendo fascinante esa conexión que encontraron con los caballos, que llegaron a montar mejor que nadie".

Caballos pintados a rallas y lunares, caballos como en las películas del western. Por supuesto que Jesús Maeso fue un niño de "esas sesiones matinales de películas del oeste", por supuesto que le encanta el género y ha disfrutado "como un enano" escribiendo esta novela.

Los personajes de Comanche personifican muchas de estas realidades, tan desconocidas para todos. Por un lado, Martín de Arellano, hijo de uno de esos soldados del rey; por otro, la india apache Wasakíe, su mejor amiga y, por otro, la princesa aleuta Aolani, asimilada española como Clara Eugenia. A través de esta última, Maeso nos recuerda que la presencia española llegó hasta Alaska: "Comerciamos allí, pero la Corona entendió que no podía asimilar más territorios -explica-, así que no hubo ningún intento de anexión. Pero el interés ruso en California hizo establecer una frontera potente. Ahí está el origen, por ejemplo, de la ciudad de San Francisco, que en un principio se llamó Yerba Buena: no puede tener un nombre más de aquí".

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