literatura

Un manual de las 'buenas letras'

  • Antonio Muñoz Molina ingresa en la Academia de las Buenas Letras de Granada, la ciudad donde a mediados de los años 80 inició su carrera literaria

Antonio Muñoz Molina, durante su conferencia.

Antonio Muñoz Molina, durante su conferencia. / 0álex cámara

¿así que quieres ser escritor?, se preguntaba Charles Bukowski. El genio de las palabras que por etílicas y sudorosas no eran tomadas del todo en serio lo tenía muy claro: "Si no te sale ardiendo de dentro, no lo hagas". ¿Pero de dónde salen las buenas letras? ¿Existe el mecanismo divino del genio? Ésta fue la primera cuestión que Antonio Muñoz Molina lanzó a su público en la Facultad de Filosofía y Letras de Granada. El que esta semana fuera recibido como Académico Honorario de la Academia de Buenas Letras de Granada, antes se enfrentó a todo un Aula Magna repleta de esos genios en potencia, muchos de ellos posiblemente con el deseo de llegar a ser algún día escritor.

El discurso de toma de posesión tenía por nombre Una novela en Granada, título casi obligado si quien lo pronuncia es un ubetense que acaricia dicha ciudad como a su musa. Primero desde que llegara para estudiar Historia del Arte y luego cuando en los 80 comenzara a publicar artículos en prensa de los que saldrían sus dos primeros libros que recopilaban esas columnas,El Robinson urbano (1984) y Cuaderno del Nautilus (1985).

El discurso de toma de posesión del escritor tuvo como título 'Una novela en Granada'

A Muñoz Molina se le reconoce, más allá de sus tomos, lomos y páginas, por su claro compromiso cívico, como quedó aún más de manifiesto en el libro Todo lo que era sólido. "Uno de los espectáculos más tristes es ver cómo las capacidades se frustran", diría el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en su conferencia.

Consejo tras consejo, el autor de El jinete polaco, Sefarad o La noche de los tiempos desgranó un oficio que, como diría Don DeLillo, "es el más conveniente del mundo" porque sólo se necesita un lápiz y un papel. Pero eludiendo el camino fácil que lleva al halago de lo propio, Muñoz Molina comenzó con una denuncia : "¿Cómo se hace una vocación?", una pregunta en la que tiene un peso importante la justicia social. Con palabras que desconcertaron a muchos, como que "el mito del genio es una falacia", el ubetense rompió el primero de los espejismos: sin las posibilidades mínimas de igualdad, posiblemente el genio no se desarrolle. Pensemos, dijo, cuántas mujeres o gente pobre -o mujeres pobres para más inri- han dejado escapar su vocación por la injusticia social.

Partiendo de este punto, ¿cómo se llega a ser escritor? Muñoz Molina comenzó con la más básica de las nociones. La primera de las claves es "leer de manera voraz, viciosa y sin prejuicios". Sin volver la cabeza hacia "lo que se supone que hay que leer, lo más cool",y teniendo claro que a la hora de elegir una lectura hay que dejarse llevar por la pasión y por el propio criterio. Después de eso llega el momento de desmontar el libro, aprehenderlo y saber cómo funciona.

En la siguiente premisa para quien quiera cultivar las buenas letras se volvía a repasar los versos de Bukowski: "Si primero tienes que leerlo a tu esposa / o a tu novia o a tu novio / o a tus padres o a cualquiera, / no estás preparado". El ubetense lo explicó a su manera, pero el contenido fue el mismo: "Hay que escribir sin miedo", abandonándose por completo, algo bueno que tiene la literatura, dijo, es que no le hace daño a nadie. Para escribir se aprende escribiendo, en absoluta soledad y sin prisas, "un libro es algo que se hace mientras se escribe" y puede ser que las opiniones, buenas o malas, lo frustren.

Después de recomendar el libre albedrío de las pulsaciones por minuto sobre el teclado -aunque otro de los consejos fue que se escribiera a mano, que invita a la irresponsabilidad-, el escritor llamó a la cautela y a la contención. Generalmente se escribe de más, sentenció, "hay que escribir abandonándose y luego ver qué sobra". En este punto la autocrítica es fundamental, es importante releerse y ver "si ese adjetivo lo has puesto tú o la rutina de la lengua".

Todo un auditorio sintió mientras hablaba las cosquillas de la literatura en el estómago. Muchos, seguro, correrían a la biblioteca o librería a hacerse con El invierno en Lisboa y, quizás, algún genio despertó con este manual de las buenas letras.

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