Crítica de Música

El malo de la película

Mario Díaz, durante su concierto.

Mario Díaz, durante su concierto. / rafael a. butelo

De cuantos participaron en la edición de la pasada Noche Blanca, tal vez fuera Mario Díaz el más alejado del flamenco, al menos en su actual concepto sonoro, el más descuadrado del cartel, el más alejado del meollo duendero. Pero visto el resultado fue un completo acierto invitarle y ubicarle en la zona de Ciudad Jardín, donde una marea de jóvenes, y algunos maduros bailongueros, se aprestaron a disfrutarle sobre unas tórridas losetas que derretían los pies.

No es la primera vez que esta madrugada cordobesa de junio invita a otras sonoridades a poner el contrapunto a las purezas, y Mario nunca defrauda por su honestidad y sencillez, además de por sus ritmos apetecibles que invitan al balanceo, a perder la cabeza y a suscribir muchas de sus frases. Mario no ha estado nunca inmerso en el mundo de los quejíos, aunque haya flirteado con ellos a lomos, por ejemplo, de Miguel Campello, otro protagonista de esta Noche Blanca. Ahora es el reggae y el rock lo que más le tienta, y lo que le trajo hasta el bulevar Hernán Ruiz en una noche asfixiante post apocalíptica. Se convertía así tal vez en el garbanzo negro de la cita, el malo de la película, al estilo de una de lo que cuentan sus reivindicativas últimas canciones, en las que, entre otras cosas, retrata la escena política sin cortarse un pelo, diciendo las cosas altas y claras, de las que escuecen. Cuenta historias, y eso es lo que hizo el sábado para un público acorde a ese fin y a esos mimbres, que convirtió al barrio en una fiesta.

No dejó Mario que nos olvidáramos de su larga y caliente trayectoria en la que sus dos discos anteriores, Está en ti y Gloria bendita, se asomaron al callejeo blanco, amén de aquel mundo que estaba fatal de los nervios y que fue clave en su etapa aslándtica, de la que dejó caer algún éxito más. Siempre ha sido Mario un cantante combativo que no ha dejado títere con cabeza. La búsqueda de la verdad ("solo queremos la verdad y la verdad es que ya hay poca verdad"), la justicia, los vientos del Estrecho, escudriñando el futuro, narrando las portadas de los periódicos en sus letras y, al tiempo, esparciendo un reggae caliente que se convirtió en el aditivo omnipresente en buena parte de su concierto, coreado y celebrado. Tal vez sean los ecos de Triana los que se nos pueden antojar más aflamencados dentro del coctel sabroso que supone su repertorio, en el que no faltan episodios sentimentales alejados de rasgos manidos, como no podía ser de otra manera, y que puso un magnífico punto descentralizador, con sabor a plaza de barrio llena de buen rollete, al programa de este año.

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