Literatura

El linaje de las sombras

  • Debate publica 'El olvido de la razón', obra del ensayista argentino Juan José Sebreli donde se analiza el sesgo irracionalista de la filosofía en los últimos siglos

Quizá, el precedente inmediato de este libro sea El mago del Norte, la obra de Isaiah Berlin sobre J. G. Hamann y los orígenes del irracionalismo moderno. En ambos volúmenes, el de Sebreli y el de Berlin, se filia el nacimiento de la filosofía irracional, del Romanticismo agónico y exasperado, en la Alemania del XVIII, contraria a los saberes de la Ilustración, como venidos con la tropa del invasor Bonaparte. No obstante, Berlin se queda en los prolegómenos, en la hora crucial de este amanecer de lo oscuro, mientras que el argentino Sebreli traza el arco completo, desde Hamann y Shopenhauer hasta Foucault, Derrida, Lacan y Althusser, de un modo de pensar escindido de la claridad neoclásica, afincado en la umbría de las pasiones, y cuyas consecuencias se mostraron a lo largo de todo el siglo XX.

Así pues, el linaje de las sombras que plantea Sebreli es aquél que partiendo de Blake, de Kierkegaard, del mencionado Hamann alcanza su corpulencia adulta con la escritura alucinada de Friedrich Nietzsche y su irracionalismo poderoso, hipnótico, de estirpe dionisíaca. De ahí pasaríamos a Heidegger, a Jung, a gran parte del psicologismo de posguerra, y finalmente al estructuralismo de Lévi-Strauss, más el elogio de la oscuridad, del éxtasis, de la violencia, que cruza la obra toda de Georges Bataille y Michel Foucault. Sin embargo, Sebreli no pretende dar la nómina exhaustiva de irracionalismo moderno (no está, por ejemplo, Cioran). Lo que se persigue, lo que se busca en El olvido de la razón es dar precisamente las razones de este olvido, así como las consecuencias, funestas consecuencias, que las veredas de la ontología, de la tradición, del particularismo, de la teología del volk y los mitos primordiales trajeron sobre el cauce estremecido del siglo pasado. Esclarecedoras son las páginas de Sebreli sobre Heidegger y Jung, y sobre su apoyo entusiasta al régimen nazi. También sobre su indiscutible antisemitismo, que venía de Wagner, de Shopenhauer, y de una vasta tradición germana. En cualquier caso, lo que propugnaban estas obras era, por un lado, la preeminencia de los pueblos, de su particularidad, sobre la universalidad de los derechos humanos, y de otra parte, la disolución del individuo, de su perfil neto y raciocinante, en un légamo ancestral de sangres vernáculas y antiguas heredades (el blut und boden de herr Martin), que negaban cualquier espacio al hombre. En este sentido, no es casualidad, como recuerda Sebreli, la profunda fascinación que el Oriente, que el budismo (la raza aria, ¿les suena?) provocó en pensadores y artistas que buscaban, frente a la razón insuficiente, la disolución del ser humano en una totalidad acogedora, inmortal, sinuosa y atávica. La obra de Jung y Heidegger no pueden explicarse sin esta poderosa influencia, y gran parte del simbolismo y el decadentismo europeo (también las vanguardias, muy cercanas al esquematismo del arte africano), son tributarias directas de este asomo a lo primitivo, a lo indiferenciado, a lo irracional, como respuesta al cansancio de las sociedades burguesas. O lo que es igual, el viejo spleen baudeleriano y el "fastidio universal" de nuestro Meléndez Valdés.

Lo cual quiere decir, y ésta es la tesis última del libro de Sebreli, que el irracionalismo que cruza la modernidad occidental es una reacción visceral, el vástago inverso y alocado, de la Ilustración europea. Sólo desde una alta cota civilizatoria es posible abismarse y comprender la fascinación de lo oscuro. El tipismo y el sabor local son, al fin y al cabo, las bagatelas propias de quien tiene al alcance a Miguel Ángel. De ahí la defensa de Lévi-Strauss de las culturas primitivas como iguales y paritarias de la nuestra. Sin lugar a dudas, desde la cátedra se sueña mejor con una selva profunda e ignorada.

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