Cultura

El gato de Schrödinger

Prin' La Lá. Voces: Macarena Martín, Isabel Martín y Blanca Navarro. Piano y teclados: Juan Belmonte. Guitarra, bajo y voces: Fernando Vacas. Batería y percusiones: Manuel Ramos. Arpa: Angélica Cázquez. Violonchelo : Isabel Vidal. Coros y efectos: Rocío Barrio. Fecha: Viernes 7 de diciembre. Lugar: Teatro Góngora. Casi lleno.

Cuando llegué vi que habían preparado una caja. Una cuidada y turbadora caja que lo recubría todo. Una caja que creaba creciente e incómoda incertidumbre. Una caja de paredes formadas por elementos fuera de lo común, con los que mis preguntas sobre lo que estaba por llegar fueron a más, y retorciéndose se clavaron en mi curiosidad mientras sonaba música y declamaba Bruno Galindo. La caja tenía en su frontal una inmensa cortina de baño con ramas de árboles dibujadas, bosque tras el que se adivinaban los instrumentos. Formaba parte del hermético y provocador recipiente la relación de Prin' La Lá con la cordura de Panero, la imprevisibilidad de Fernando Vacas, las promesas de espectáculo único de Núñez Hervás, la retorcida historia de una abducción extraterrestre, un público variopinto hasta despistar (niñas vestidas de hadas incluidas) nombres en el programa de mano de la talla de Colin Arthur, creador de Dream Factory, o el respaldo a modo de proyecciones de Jack Doppler. Tal ensalada hacía de contenedor mientras las luces estaban a punto de apagarse y cualquier cosa era posible en el Góngora.

Así la noche, la presentación del nuevo disco de Prin' La Lá planteaba las mismas dudas que el gato de Schrödinger, aquel que metido dentro de una caja podía estar muerto y vivo a la vez siempre que no abriéramos el recipiente. Más tarde que temprano la caja acabó abriéndose y sin previo aviso dinamitó mis recelos, mientras la noche abrazaba una concepción iconoclasta, capaz de hacer saltar por los aires todos los dogmas atribuibles de manera estándar a la puesta en escena de un concierto. En estos tiempos en los que mi sorpresa ante un escenario parecía yacer devorada por los gusanos llegó la Nueva Era que preconiza este proyecto y con un beso al futuro arrasó con cualquier prejuicio, agasajando al buen gusto, a la sorpresa, a la emoción y a la capacidad de asombro. Isa, Macarena y Blanca aparecieron emulando a la Santa Compaña, evocando los cuentos de Grimm, series como Érase una vez, las historias de Lewis Carroll o las voces de Björk o Pj Harvey. Su viaje conceptual a través de una abducción extraterrestre dibujó con sus voces perfectamente conjuntadas y entonadas un paisaje onírico, naif, brutal en sensaciones, con aire retro a la vez que futurista, impregnado de los ambientes imposibles de Expediente X, a ratos apegado al musical sacro, a ratos codiciando el vocoder profano, lanzando confeti, con un helicóptero sobrevolando el patio de butacas, un niño vestido de marciano, lo mismo dejando intuir el optimismo que abandonándose a lo peor, con una sección de cuerdas impagable, un batería (Ramos) marcando época y finalmente una reconfortante sensación de ópera pop cuajada de largos desarrollos vocales e instrumentales perfectamente encajados.

En una apuesta que anula lo transversal el show no asume modas ni se hace eco de mercados. Es un autoregalo que difícilmente colocarán con tal esplendor en otros escenarios, pero que en su perpendicularidad anti-todo debería ser administrado a la fuerza para hacer ver que otros mundos son posibles, antes de que la cultura muera a manos del nuevo toro de Osborne. Es una historia increíble que te hace pensar que aún quedan otras formas de entender el pop y que hay que subirse a ellas aunque parezcan una locura, o una broma. Es como cuando Edward Gorey cuenta en la surrealista historia La bicicleta epipléjica el viaje de doscientos años que los hermanos Embley y Yewbert emprenden tras descubrir una bicicleta que circula sin ciclista, y se suben a ella para vivir una "aventura extravagante". Fernando Vacas pone la bicicleta y el gato estaba vivo.

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