Cultura

"No hay que dejar de confiar en que la vida tiende a ser gozosa"

  • La novelista regresa con 'Instrucciones para salvar el mundo', una fábula nocturna sobre el instinto humano de supervivencia en un mundo agónico y desquiciado

Volviendo a casa de madrugada, un coche hizo una pirula y el taxista, un hombre muy callado y de unos 40 años, le dijo a la escritora: "Debe de estar borracho. Sé de lo que hablo. Me casé con mi novia desde la infancia, no tuvimos hijos, eso hizo que estuviéramos aún más unidos, pero enfermó súbitamente y murió en dos meses. Durante un año bebí todos los días hasta desmayarme". Este relato "tan hondo, tan épico, tan doloroso", larvado en la memoria de Rosa Montero durante una década, se convirtió en el "detonante" de Instrucciones para salvar el mundo (Alfaguara), una novela nocturna, por momentos sórdida y violenta, que retrata un presente agónico poblado por seres fatigados, desesperados, ensimismados en su propio dolor.

Por el libro deambulan, bajo la mirada "compasiva y al mismo tiempo humorística y ligera" de la autora, una serie de personajes ligeramente "disparatados". Los principales son un taxista viudo y traumatizado; una antigua científica, alcoholizada a raíz de un desgraciado suceso remoto; un médico apático adicto a internet, donde trata en vano de alterar la atonía de su vida; y una prostituta africana, divertimento predilecto de un proxeneta sádico. De todos ellos se sirve Rosa Montero para componer una narración entre la "fábula" y el "cuento de navidad dickensiano" sobre la misteriosa grandeza humana de la "supervivencia". "Yo siempre creí que escribía historias de perdedores. Pero una vez, en un acto, me preguntaron por lo que estaba escribiendo entonces, que era esta novela. Y respondí: para resumir, una historia de supervivencia y de supervivientes, como todas las mías. Me quede patidifusa al escucharme a mí misma. Porque no es lo mismo. El superviviente no se rinde, sigue empeñado en intuir contra todo pronóstico la belleza del mundo".

"Al final, el ser humano lo supera casi todo. Está ese viejo dicho: que Dios no te mande todo lo que puedas soportar. Nunca hay que perder la confianza en la tendencia de la vida a ser gozosa", dice la novelista y periodista, que se considera "optimista por naturaleza, pero sobre todo alegre". "Es algo orgánico, con lo que he nacido, por el equilibrio químico que me baña el cerebro. Estoy convencida de que a poco que nos dejen las circunstancias, la vida explota, porque los seres humanos tendemos naturalmente a celebrar la vitalidad".

"El mundo es algo muy grande y un libro de instrucciones resulta siempre demasiado pequeño", dice a propósito del título, uno de los guiños "humorísticos e irónicos" de la obra. La compasión, dice, es "la única instrucción" que es capaz de sugerir. "Hay que salir corriendo si alguien se presenta como salvador del mundo. Pero ahora que todo se cae, que no hay verdades absolutas, quedan pequeñas verdades, como la capacidad de ser buena persona, que consiste básicamente en tener esa empatía para ver al otro y entenderlo".

La escritora se siente "compenetrada" con todos los personajes de su novela, pero aprecia una especial cercanía a Daniel, el médico, y Cerebro, la anciana alcohólica. El primero, explica, "representa muy bien el desasosiego de mucha gente en las sociedades ricas que tiene las necesidades básicas cubiertas pero no encuentran sentido a sus vidas", y encarna "la tentación del fracaso, de dejarse llevar sin más". La segunda, que se pasa buena parte del libro acodada en la barra de un prostíbulo explicando "prodigiosas" teorías científicas, es esencialmente una narradora. Y comparte con la autora, una apasionada de la divulgación, la creencia de que la ciencia es "mucho más mágica y poética que cualquier relato de hadas y gnomos en el bosque".

Historia del Rey Transparente, su anterior libro, era una novela ambientada en la Edad Media y con tintes fantásticos, muy alejada de la negrura urbana de Instrucciones... Montero, como Bioy Casares, cree que "la peor influencia de un escritor es uno mismo", y por eso busca continuamente "horizontes distintos". "Además -añade-, la novela es un género de madurez, y yo siento que desde La loca de la casa estoy escribiendo mis mejores libros. Siempre puedes equivocarte, pero creo que, literariamente, estoy en esa meseta. Aunque lo mejor es que nunca he perdido la necesidad de escribir, de contar algo que me quema la boca".

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