Crítica de teatro | El Sirviente

El arte para servir

Una escena de 'El sirviente'.

Una escena de 'El sirviente'. / Laura Martín

El temporal sufrido estos ultimos días amainó el pasado sábado en el momento justo de acudir a Gran Teatro y completar su aforo para ver El Sirviente, una nueva adaptación a la escenarios españoles de la obra de Robin Maugham.

La historia nos sitúa en un Londres que intenta recuperarse de las heridas de la segunda guerra mundial. Allí, Richard consigue a su amigo Tony una casa a la altura de su gran fortuna y para que su vida sea aún más cómoda le presenta a Barret, un experimentado sirviente con magníficas referencias capaz de organizar y satisfacer las necesidades del acaudalado joven.

Conforme transcurre el tiempo la relación de poder empieza a diluirse en una compleja maraña que transforma al señor de la casa en un pelele dependiente del cuidado de este criado que con sibilina astucia somete la voluntad de su amo, aislándolo de cualquier persona que se interponga en su objetivo de controlar la casa y quienes la habitan.

La adaptación intenta ahondar en la naturaleza del dominio y el desequilibrio que se produce cuando las relaciones humanas se rebelan contra el orden social establecido, un propósito que se logra en ocasiones a lo largo de la representación. El reparto transita por la escena con cierta liviandad y a esta falta de peso tampoco ayuda los excesivos cambios de cuadro que de forma permanente ralentizan la obra. Para salvar la carencias de ritmo, intentan salvar los muebles con lo mejor que cada uno puede aportar.

Pablo Rivero, el más consecuente con su rol, interpreta con solvencia a su joven aristócrata que progresa adecuadamente hacia la sumisión. Del trabajo de Eusebio Poncela hay sensaciones encontradas. Por un lado nos regala con su oficio momentos del gran actor que es, capaz de ganarse al espectador con solo un movimiento de su mano y por otra parte no se observa esa diferenciacíon de estatus, presentándose desde la primera escena como más altanería que quienes le llaman para trabajar. Pese a todo, el público disfrutó con esas pinceladas y agradeció con extensos aplausos el trabajo de elenco y su cabeza de cartel.

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