Cultura

Williams al desnudo

  • El gran escritor narra su trayectoria con afán provocador

Su obra llena toda una época de la escena estadounidense, en Broadway como en Hollywood, que lo convirtió en uno de los autores más populares del siglo. A través de las adaptaciones cinematográficas, que no siempre fueron del gusto de su inspirador, títulos como Un tranvía llamado deseo o La gata sobre el tejado de zinc caliente se convirtieron desde su estreno en referentes para una generación que descubrió en las interpretaciones de Marlon Brando, Vivien Leigh, Paul Newman o Elizabeth Taylor, pese a la fastidiosa tendencia a la sobreactuación por entonces de moda, un mundo perturbador de oscuros conflictos emocionales y turbias pasiones soterradas, abordado desde una voluntad inequívocamente transgresora que logró sin embargo conectar con el gran público. El narrador y dramaturgo Tennessee Williams (1911-1983) fue en efecto uno de los autores más celebrados de su tiempo, pero el éxito no lo acompañó siempre y a partir de un cierto momento, especialmente en la etapa última de su trayectoria creativa, a partir de los años sesenta, hubo de afrontar a la vez los estragos de la edad, agravados por los excesos de una vida pródiga en ellos, y el desdén insuperable de la crítica. Influido por este desencuentro, el ya sexagenario Williams procedió a redactar, a comienzos de los setenta -la primera edición, titulada en francés, data de 1975-, estas Memorias que han sido reeditadas por Bruguera junto con la complementaria Moise y el mundo de la razón, una novela de trasfondo autobiográfico que llama la atención sobre la menos atendida pero igualmente brillante faceta narrativa del incorregible Tenn.

Oscilando entre el presente de la redacción y la evocación de los momentos estelares, siempre fiel a su propósito de "desnudarse sin reservas", el gran escritor narra su trayectoria sin florituras ni paños calientes, de un modo coloquial, desenfadado y deliberadamente provocador, exhibiendo sin tapujos sus numerosas relaciones homosexuales, los excesos antes aludidos -el alcohol y las pastillas, fundamentalmente-, el temor a la locura -no infundado, dados los antecedentes de su hermana Rose- y la perpetua embriaguez de la dolce vita. Pero más que la crónica demorada de los días de vino y rosas, importan los retratos de los contemporáneos -Bowles, Capote, Vidal o su íntima amiga Ana Magnani, entre muchos otros- y la vívida recuperación de un tiempo definitivamente ido, que junto a los detalles acerca de los sucesivos estrenos y el modo como el dramaturgo, un hombre complicado y en extremo vulnerable, sobrellevó primero el éxito y después la caída, son lo más interesante de un libro que desvela a la vez el tormentoso carácter de Williams y las obsesiones recurrentes de su obra. "Después de todo -concluye el autor, refiriéndose a los padecimientos de Rose y a los suyos propios-, la nobleza en la vida la da la valentía de sobreponerse con dignidad a las pruebas terribles".

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