Crítica de música

Viento en popa

Domínguez-Nieto, en el primer concierto de abono de la Orquesta.

Domínguez-Nieto, en el primer concierto de abono de la Orquesta. / Paco Casado

Concebido en un primer momento como una muestra de las tres grandes secciones de la orquesta (cuerda, viento y percusión), el primer concierto de abono de la Orquesta de Córdoba hubo de centrarse en las dos primeras, al aplazarse la ejecución de la Música para cuerdas, percusión y celesta de Béla Bartók (1881-1945). Fue sustituida por Danzas populares rumanas, del mismo autor, y Vistas al mar de Eduard Toldrá (1881-1945). Con los cambios, el programa no perdió amenidad y se vio reforzado el protagonismo del viento, a cuyo cargo estaban las otras dos obras del programa: la visión moderna que de las danzas renacentistas de Claude Gervaise (1525-1583) muestra Francis Poulenc (1899-1963) en su Suite française y la genial Gran partita de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), que ocupó toda la segunda parte.

La de Mozart fue sin duda la obra más interesante del programa; y me pareció adivinar el entusiasmo con que los músicos de viento aprovechaban el disfrute y también el reto que llevaba consigo su ejecución. Es inevitable que el aficionado a estos repertorios no tenga en la cabeza los tempi de las versiones con que se fue enamorando para siempre de esta obra inmortal; y también las sonoridades empastadas de las secciones de viento de sus orquestas favoritas. Y quizás por ello, me pareció, por ejemplo, que el tempo del Adagio fue un poquito rápido para que el oboe brillante de Pau Rodríguez pudiera desplegar en su arranque el lirismo de que es capaz, aspecto éste que mostró sobradamente para nuestro deleite en otros momentos de la velada. Igualmente, me pareció a veces (Romance) que había aún un ilusionante camino por recorrer en cuanto a empaste de la sección. Bien es verdad que ni la acústica del Gran Teatro (apenas mejorada tras la reforma), ni quizás la decisión de colocar el contrabajo (¡estupendo Gabriele Friscia!) atrás a la izquierda ayudaron a la consecución de esas sonoridades plenas que asociamos a algunos pasajes de la pieza. Lo dicho, aplicable también en cierto grado a la interesante obra de Francis Poulenc, no me pareció que restara mérito a la interpretación, la cual en todo momento, gracias a los instrumentistas y a las sorprendentes claridad de ideas y técnica de dirección del nuevo director, brilló a gran altura. Refiriéndome a esto último (la labor de dirección), quisiera destacar la habilidad con que Carlos Domínguez-Nieto supo hacer evidente la peculiar gracia rítmica de cada una de las seis danzas rumanas de Béla Bartók. Y llenar de poesía y arte musical las evocaciones al mar de Toldrá. Gran concierto. Deseando que llegue el próximo.

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