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Misterios de la carne

  • El protagonista de la obra es un reflejo de la propia infancia del autor, de su crecimiento en una familia de clase media norteamericana

El personaje principal de 'Big Baby', en una de las viñetas.

El personaje principal de 'Big Baby', en una de las viñetas.

A Charles Burns lo descubrí, como tantas otras cosas, gracias a la revista El Víbora, allá por la década de 1980, y me enamoré de su trabajo desde el principio. La Cúpula editó pronto una recopilación de algunas de sus historietas con el sugestivo título de Misterios de la carne, inquietante desde la propia cubierta. Pero, no recuerdo bien por qué, no lo compré en su momento y no pude encontrarlo cuando quise comprarlo, de modo que se quedó en el listado de deseos durante años y años. (Por fortuna, sí lo pude leer, lo que solo sirvió para renovar mis votos con Burns y aumentar mi ansiedad por encontrarlo.) La sed de Burns siguió creciendo y me lo encontré en algún número de Raw y en la estupenda recopilación estadounidense de Hard-Boiled Defective Stories por parte de Penguin, con las aventuras de El Borbah. Para entonces, el indie americano había estallado en España y esto que nos parecía una rareza comenzó a convertirse en algo casi cotidiano. Daniel Clowes y Peter Bagge eran los nuevos ídolos, pero yo tenía fijación con la generación anterior, con Gary Panter, de quien tan pocas cosas han llegado a España, y, claro está, con Charles Burns.

La Cúpula fue durante lustros la casa de Burns en nuestro país, y el genio tuvo su momento con la salida de una batería de tebeos de grapa y álbumes, pequeñitos y compactos, como Big Baby, El Borbah y Skin Deep, más esa obra maestra del medio que es Agujero negro, quintaesencia de un autor irrepetible. Burns es sencillamente uno de los autores más trascendentales que han surgido de la escena independiente, y su influencia es enorme, tanto en lo puramente estético como en lo que se refiere al contenido. Su obra toma elementos del terror y la ciencia ficción clásica, las viejas películas en blanco y negro de la década de 1950, y la actualiza con una sensibilidad contemporánea, explotando la componente social y cultural de la paranoia y llevando los motivos al terreno de lo psicológico. Su línea es sorprendentemente limpia, y en ella juegan un papel destacado el contraste de negros y blancos y la dulzura y rotundidad del entintado. (También el color, en sus últimos y aún más sorprendentes álbumes, merece el adjetivo de sobresaliente.)

De un tiempo a esta parte, La Cúpula ha venido reeditando las antiguas colecciones en un formato mayor, y no hace tanto que llegó a librerías la nueva edición de Big Baby, cuyo protagonista es Tony, un niño que, según reza en la solapa "está dotado de una imaginación hiperactiva, tiene miedo a la oscuridad, y vive a medio camino entre la luminosa vivienda de una familia de clase media y los oscuros rincones de su calenturienta cabeza". En palabras del propio Burns: "El personaje de Big Baby es en muchos aspectos un retrato abstracto de mi propia infancia, de mi crecimiento en una familia de clase media norteamericana. A ambos nos gustan los mimos programas de tele, los mismos juguetes, y ambos tenemos una febril imaginación que a veces nos mete en problemas". Recomendable es poco, yo diría imprescindible.

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