Cultura

Melodías en el cronómetro

  • Jonny Greenwood es nuestro preferido para ganar el Oscar a la mejor banda sonora para el que también concurren Desplat, Zimmer, Burwell y el veterano maestro John Williams

Tan sólo un debutante entre los cinco candidatos a mejor banda sonora original de los Oscar que se celebran este próximo día 4. El británico Jonny Greenwood, guitarrista de la ilustre banda Radiohead, se cuela al fin en la carrera por la estatuilla con su portentoso y estilizado score para El hilo invisible, después de la controvertida exclusión de su música para Pozos de ambición por incluir un exceso de material preexistente (de sus propias composiciones para concierto).

La Academia y sus miembros del gremio musical (un total de 305 votantes) hacen al fin justicia con quien hoy por hoy parece el más dotado de los compositores que trabajan para el cine (oscarizable), un autor que, junto a Paul Thomas Anderson (The Master, Puro vicio, Junun), Lynne Ramsay (Tenemos que hablar de Kevin, En realidad, nunca estuviste aquí) o en proyectos escogidos (Tokio Blues, la adaptación de la novela de Murakami), ha sabido encontrar y definir un lenguaje musical singular que cruza la experimentación de la música contemporánea con los latidos del pop minimalista o la deconstrucción inteligente de la herencia clásica y post-romántica.

La Academia ha hecho al fin justicia con el músico británico, guitarrista de Radiohead

Es el caso de El hilo invisible, un trabajo intenso y desbordante que bebe de los arreglos para cuerda del jazz pianístico y la clásica de los años 50 (de Riddle a Stokowski) para materializar esas corrientes de pasión turbia y venenosa que atraviesan la historia del costurero Reynolds Woodcock y su musa y enamorada Alma. Además de las piezas de repertorio (Brahms, Schubert, Debussy), una nutrida y potente sección de cuerda arropa un tema principal arrebatador y solemne sometido a variaciones y depuraciones instrumentales (en formato de cámara), y acompañado de sugerentes pasajes en los que se despliega la vertiente más experimental y contemporánea tan cara al compositor de Popcorn Superhet Receiver.

Nada nos alegraría más que verlo recoger el Oscar, pero la cosa parece difícil si atendemos a los premios acumulados ya por La forma del agua de Guillermo del Toro y su amable y melódica partitura de Alexander Desplat, que tiene ya un Oscar (El Gran Hotel Budapest) y nueve nominaciones previas desde The Queen. El prolífico, elegante y cada vez más acomodado compositor francés no va más allá de ciertas convenciones funcionales (el uso del acordeón o el silbido) aunque se atreve con algunos hallazgos (varias flautas en diferentes registros) buscando recrear un paisaje sonoro subacuático para esta ñoña historia de amor, agua y diferencia entre una limpiadora muda y una criatura anfibia con poderes mágicos.

Con una nominación reciente por su contenida y delicada partitura para Carol, el estadounidense Carter Burwell repite por segunda vez en los Oscar gracias a Tres carteles en las afueras, de Martin MacDonagh, con quien ya había colaborado en Escondidos en Brujas y Siete psicópatas. El compositor formado en el cine de los hermanos Coen desde Sangre fácil, despliega aquí su reconocible sello musical de cámara coloreado por las guitarras, las mandolinas y un espíritu folk-country que trazan un escenario sonoro netamente estadounidense para una historia con madre coraje y basura blanca. Siendo un trabajo destacado, no lo es más que el de Wonderstruck, para Todd Haynes, también de este mismo año, un auténtico traje a medida para un filme parcialmente mudo que hace de la música un elemento protagonista casi al mismo nivel que el resto de sus elementos visuales. Nos alegraría igualmente ver a Burwell recoger el premio después de 30 años de carrera intachable y casi siempre inspirada.

Menos opciones parecen tener el veteranísimo maestro John Williams (86 años) y el nuevo führer de la música de Hollywood, el alemán Hans Zimmer. El primero, que cuenta ya con cinco estatuillas y el récord absoluto de los Oscar con 45 candidaturas, no compite empero con su mejor trabajo de este año, Los papeles del Pentágono, de Spielberg, donde se muestra su faceta más contemporánea y calibrada. Lo hace con la nueva entrega de Star Wars: El último Jedi, en la que se enfrenta una vez más no sólo a la necesidad de crear nuevos leitmotivs o recuperar y modificar los ya existentes (desde 1977), sino al reto de ilustrar musicalmente más de dos horas y media de película casi sin solución de continuidad. Una orquesta de 101 instrumentistas, un coro de 65 voces y hasta 11 jornadas de grabación ponen las cifras de un trabajo gimnástico y pegado a las imágenes que se nos antoja agotador.

Bastante parecido es el encargo de Christopher Nolan a Zimmer para el score, por llamarlo de alguna manera, de Dunkerque. Una música electrónica, eminentemente rítmica y pautada que sostiene objetivamente el filme y su montaje en un ejercicio de sincronía estructural que sutura las diferentes tramas en paralelo, siempre en búsqueda de un crescendo aglutinador. Más próxima al concepto de diseño sonoro, la nueva alianza entre Nolan y Zimmer (El caballero oscuro, Origen, Interstellar) le proporciona el que podría ser su segundo Oscar tras El rey León y la que es ya su undécima nominación, a buen seguro granjeada antes entre técnicos e ingenieros de efectos sonoros que entre los propios colegas compositores.

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