José Guirao | Director general de la Fundación Montemadrid

“La sociedad española ha hecho un gran esfuerzo en pro de la cultura desde el 78”

  • El que fuera ministro de Cultura hasta el pasado enero participa este martes en el ciclo ‘Palacios de la memoria’ en la Casa Gerald Brenan con una conferencia en torno a José Ángel Valente

José Guirao (Pulpí, Almería, 1959), este martes, en la Casa Gerald Brenan.

José Guirao (Pulpí, Almería, 1959), este martes, en la Casa Gerald Brenan. / Javier Albiñana (Málaga)

En lo que a gestión cultural se refiere, el modelo que encarna José Guirao (Pulpí, Almería, 1959) constituye una rara avis en cuanto a visión e influencia. Su llegada a la Junta de Andalucía en 1988 resultó fundamental para la creación del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo y el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico. En 1994, ya en Madrid, tomó las riendas del Museo Reina Sofía y posteriormente de La Casa Encendida. Su nombramiento como ministro de Cultura en junio de 2018, en sustitución de Màxim Huerta, fue celebrada en consecuencia por cuanto era un profesional con un profundo conocimiento del sector el que se hacía cargo de la cartera. El pasado enero salió del cargo y en mayo volvió a su puesto de director general de la Fundación Montemadrid. Esta martes participa en el ciclo Palacios de la memoria de la Casa Gerald Brenan con una conferencia sobre un lugar muy cercano a su trayectoria vital y profesional: la casa de José Ángel Valente en Almería.

-Valente se trasladó a Almería en los 80 y justificó su decisión, más allá de sus problemas de salud, en “la irrenunciable llamada de la luz”. Pero, ¿en qué medida le ayudó su casa a integrarse en la vida social almeriense de entonces?

-En la casa de José Ángel Valente enAlmería confluyeron varios elementos esenciales de la vida del poeta. El primero, su biblioteca: Valente afirmó que su casa estaría donde estuviesen sus libros y se mantuvo fiel a esto hasta el final. Pero, más allá de su vida doméstica, su llegada a Almería significó para él una apertura a otras cosas respecto a las que hasta entonces podía haberse mostrado más ajeno. Por ejemplo, no tardó en implicarse de manera activa en la mejora de las condiciones de vida de los vecinos de La Chanca junto a Juan Goytisolo y en la protección medioambiental del Cabo de Gata, entre otras cuestiones. También mantuvo una relación especial con la peña flamenca El Taranto: a Valente siempre le había gustado el flamenco, pero aquí pudo incorporarlo a su mundo de manera más tangible, más directa. Esa relación fecunda perdura todavía: de hecho, el próximo día 16 vamos a presentar un disco con las letras que el propio Valente regaló a la peña para que fueran llevadas al cante. Por aquellos años yo trabajaba en la Diputación y muchos de los proyectos que pusimos en marcha fueron directamente inspirados o sugeridos por él, como el seminario Fin de siglo y formas de la modernidad o el encuentro literario hispano-árabe que tomó el testigo del que se había celebrado de forma pionera en Ronda. De todas formas, más allá de esta evocación, lo importante es que los espacios como la casa de Valente en Almería puedan estar abiertos a la creación contemporánea. Por eso son ideales para equilibrar la memoria cultural de un determinado lugar y la creación actual.

-Me permito preguntarle, entonces, por la memoria. ¿Considera que la sociedad española ha hecho suyo el patrimonio cultural que le corresponde, lo ha incorporado como un elemento propio de su identidad, o hay que admitir que en otros países la cultura es una cuestión más compartida?

-Cuando hablamos del patrimonio cultural en clave de reivindicación, cabe partir de la base general de que todo lo que se pida es poco. Siempre se puede echar de menos más compromiso. Y también hay que recordar que la investigación y el estudio de ese patrimonio cultural es inagotable, como un bagaje común que nunca termina de deparar sorpresas. Dicho esto, hay que admitir que la sociedad española, desde 1978, ha hecho un enorme esfuerzo para valorar, incorporar y defender ese patrimonio cultural. Pero, para esto, es importante recordar de dónde venimos. Cuando llegué a la Junta de Andalucía en 1988, la situación del patrimonio histórico era directamente terrible. Apenas existían medidas de protección eficaces, cada día nos encontrábamos con bienes impresionantes que, directamente, se venían abajo. Había una cantidad enorme de ese patrimonio que estaba sin investigar y sin proteger. Puedes hacerte una idea de lo desesperante que podía llegar a ser la situación. Bien, hoy día queda mucho por hacer, no son pocas las carencias que quedan por solventar y si me haces esta misma pregunta dentro de otros diez años seguramente te responderé lo mismo. Pero no podemos negar la evidencia de que el panorama ha mejorado de manera exponencial desde entonces, y esto se debe, principalmente, al esfuerzo y el compromiso de la sociedad española. Piensa en Málaga, por ejemplo. Piensa en qué estado se encontraba hace poco más de diez años el Teatro Romano. O el Palacio de Buenavista, hoy sede del Museo Picasso. Recuerda que, por ejemplo, la rehabilitación de este edificio para su transformación en museo nos llevó a descubrir la muralla fenicia en la que se sitúa el mismo origen de la ciudad. Y todo eso ha pasado porque hay un impulso común del que forman parte las administraciones públicas, las entidades privadas, las universidades y otros muchos agentes. En estos cuarenta años, muchos han dado lo mejor de sí mismos. Y es de justicia reconocerlo.

"La ciudadanía también puede y debe contribuir a mejorar la situación de la cultura tras la crisis sanitaria"

-Y en cuanto a la creación contemporánea, ¿considera que se están adoptando las medidas oportunas para que el sector sufra lo menos posible a cuenta de la crisis del coronavirus?

-La cultura, como otros muchos sectores productivos, está pasando un bache sobrevenido. Nadie se esperaba algo así. Pero estoy convencido de que la cultura va a sobrevivir. Los artistas y creadores no aparecen por casualidad: por una parte está la necesidad de crear y por otra está la necesidad de vernos reflejados en lo que crean otros. Es una cuestión antropológica que no puede esfumarse sin más. Ahora bien, es cierto que las artes vivas, como el teatro, la música y el cine, requieren más atención. Los creadores viven a menudo del hecho de que se reúna mucha gente en torno a su obra, y eso es algo que lamentablemente ahora no puede suceder. Y luego está la evolución de la pandemia, que resulta imprevisible. Estamos sumidos en la perplejidad y es difícil reaccionar. Ahora bien, yo querría apelar a la responsabilidad ciudadana. Nos corresponde a todos, de nuevo, hacer un esfuerzo, ya trabajemos en el sector público o el privado, para mantener la cultura a flote. Pero también los ciudadanos pueden poner mucho de su parte, si es que realmente les preocupa la cultura. Siempre se pueden comprar libros en una librería, o ir a una función ahora que vuelven a abrir los teatros. Es un ejercicio de responsabilidad cívica del que conviene no desentenderse. Para los creadores es fundamental percibir que quienes esperan sus obras están ahí.

-Seguramente no ha habido peor momento que el actual en la España democrática para ser ministro de Cultura. ¿Ha llegado a suspirar de alivio en este tiempo?

-Lo que ha sucedido trasciende toda circunstancia personal. El confinamiento me pilló en mi casa del campo, a donde fui sólo a pasar unos días y donde terminé quedándome dos meses, solo, con el vecino más cercano a quinientos metros. La coyuntura me sobrepasó un poco, pero tuve mucho tiempo para pensar, sobre todo, en los enfermos, en la gente que trabaja en los hospitales, en los que viven solos, en las familias que viven en pisos de cuarenta metros cuadrados. No me sentí aliviado, todo lo contrario. Si bien es cierto, como dices, que el actual es un momento complejo para ser ministro de cultura, aunque en el fondo cualquiera pueda llegar a serlo.

-Escribió Valente, en plena caída: “Qué repentina formación el ala”.

–No en vano tituló su primer libro A modo de esperanza. En su empeño por encontrar el canto, Valente nos dio la esperanza. Anclado en la tradición y sin que, a la vez, nada le fuese ajeno.

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