Crítica de Cine

Engañosa basura de luxe

Woody Harrelson y Frances McDormand en la película ganadora de los últimos Globos de Oro.

Woody Harrelson y Frances McDormand en la película ganadora de los últimos Globos de Oro.

Hay dos tipos de cine basura: el que no engaña a nadie, se presenta como es, es juzgado en función de lo que es y satisface al público para el que se ha rodado; y el que engaña a casi todo el mundo, fascina a la crítica, recibe todos los premios y entusiasma al público más influenciable por la crítica y los premios que jamás se atrevería a decir que el rey está desnudo (hay que admitir que es más independiente el gusto de quienes disfrutan de la despreciada basura sin pretensiones que el de quienes lo hacen de la basura de prestigio).

Tres anuncios en las afueras es la peor basura pretenciosa, alabada y multipremiada que he visto desde Manchester frente al mar. Es sorprendente que en ambos casos el engaño sea tan manifiesto sobre todo a través del uso tramposo de la música (en aquella el Adagio de Albinoni y en esta la balada irlandesa The last rose of summer interpretada -¡qué fino!- por la soprano Renée Fleming y The English Chamber Orchestra) en los momentos dramáticamente culminantes. Pero no sólo a través de la música es manifiesto el engaño. Está la acumulación de un tremendismo que no conmueve, barnizado por una ironía que no hiere ni hace gracia y salpimentado por un surrealismo que nunca sorprende. Está la falta de profundidad humana de todos los personajes, que parecen cromos unidimensionales a los que en el último tramo de la película se les da la vuelta caprichosamente para que presenten un reverso opuesto igualmente unidimensional; especialmente en los casos de las caricaturas del policía psicópata, su madre manipuladora, el ex marido maltratador de la protagonista y su joven novia tonta. De entre los caracteres principales sólo tiene cierto peso humano el interpretado por Woody Harrelson. Al personaje de Frances McDormand, supuesta cumbre trágico-irónica-desgarrada de la película, no le da profundidad emocional ni la intensa -aunque exagerada en su definición pétrea- interpretación de esta excelente actriz cuya presencia, al igual que la del compositor Carter Burwell, parece estar dictada por las continuas alusiones (fracasadas) que el director hace al universo negro-irónico de los Coen, especialmente a Fargo.

Sólo tiene cierto peso humano el personaje interpretado por Woody Harrelson

El guionista y director es el dramaturgo y cineasta Martin McDonagh, que convence cuando juega a la pura ficción del thriller postarantiniano (Escondidos en Brujas, Siete psicópatas) pero fracasa (triunfando, eso sí, en premios y críticas) cuando se aproxima a la vida cotidiana de personajes comunes, o a lo que a él le parezca que sean: una madre enloquecida por el dolor, la ira y el rencor tras el asesinato y violación de su hija con la que se llevaba a matar, ex mujer de un maltratador y madre de un adolescente víctima del trauma del desastroso matrimonio de sus padres, de la mala relación entre su madre y su hermana, del asesinato de esta, de la ira de su madre y de la manía que la gente del pueblo le tiene; una comisaría gobernada por un supuesto buen hombre con una enfermedad terminal que tolera los desmanes de sus corruptos, imbéciles, racistas y/o sicópatas agentes; un sádico que aparece de la nada para torturar a la madre regodeándose en el asesinato y violación de su hija… Los únicos personajes claramente positivos -atención a la corrección política- son secundarios y todos afroamericanos, latinos o marginados por causas físicas. Así hasta completar una galería de personajes de cartón piedra interpretada, eso sí, con mucha intensidad y mucho asunto.

Cuando a McDonagh le apetece da un vuelco caprichoso al negrísimo guión y, tras el suicidio de alguien que antes de matarse envía cartas a medio pueblo, convierte la película en un To er mundo é güeno en el que la redención explota con tan poca justificación como antes lo hicieran la maldad y la estupidez: el quemado se hace amiguito de quien lo quemó, el arrojado por la ventana de quien lo arrojó, la humillada de quien la humilló, la maltratada de su maltratador...

Se comprende que este director que juega con el dolor extremo sin el negro genio irónico de los Coen haya dicho que Shakespeare y Chejov le aburren, mientras que Tarantino le apasiona. Están avisados.

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