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Cannes vs. Netflix: memoria contra olvido

  • Cannes veta de su competición a los títulos de Netflix y la empresa amenaza con retirarlos del festival

  • El pulso es el síntoma del cambio de paradigma

Si alguien pensaba que la polémica de 2017 en torno a la presencia de dos películas de Netflix (Okja, de Bong Joon-ho,y The Meyerowitz Stories, de Noah Baumbach) en el concurso oficial de Cannes se zanjaba con un puñado de comentarios a favor o en contra (entre ellos, el de Pedro Almodóvar, presidente del jurado) o con el ruido habitual de la crítica o la vieja guardia cinéfila respecto a lo que es o no es cine o lo que debe o no debe concursar en el festival de festivales, estaba muy equivocado.

Un año después, con el arranque del festival a un mes vista y la programación por anunciarse mañana, el pulso entre la compañía estadounidense que lidera Ted Sarandos y el certamen que dirige Thierry Frémaux tiene visos de tensarse aún más después de que este último haya anunciado que las películas de Netflix no estarán en el concurso oficial y ésta haya contraatacado, vulnerando de paso información confidencial, anunciando que retirará del festival sus cinco títulos seleccionados: lo nuevo de Alfonso Cuarón (Roma), Paul Greengrass (Norway), Jeremy Saulnier (Hold the dark), Morgan Neville (They'll love me when I'm dead) y la esperada reconstrucción de la mítica cinta inacaba de Orson Welles The other side of the wind, que figura también en el catálogo de novedades de la plataforma para 2018.

La era Netflix está casi borrando la historia del cine: la novedad es el único estímulo

A esta polémica se suma también otra: el festival decidía hace unas semanas cambiar su tradicional política de pases de prensa de la mañana para evitar que una posible mala recepción crítica repercuta negativamente en las galas de estreno de la noche, una nueva concesión al mercado que, de paso, controla, entorpece, ralentiza y desvirtúa la labor informativa de los medios de comunicación acreditados.

En el caso del pulso con Netflix, Frémaux y Cannes parecen posicionarse del lado de los poderosos distribuidores y exhibidores franceses, los primeros en denunciar la posibilidad de que una película ganadora de la Palma de Oro se estrenara antes en la televisión e internet que en las salas, si es que llegaba a hacerlo, mientras que la compañía estadounidense, que acaba de producir consecutivamente varios fiascos de ciencia-ficción pretenciosa (Bright, Annihilation, Mute) y tiene entre manos la última película de Martin Scorsese (The Irishman), asume su condición de nueva major en el negocio con el suficiente poder, nómina de grandes autores y estrellas y abonados como para desafiar al más importante de los festivales y marcar nuevos calendarios en la presentación y el lanzamiento internacional de sus productos.

Lejos de ser una batalla estrictamente comercial, la tensión creciente entre Cannes y Netflix define el cambio de paradigma en los modos de consumo audiovisual y la diversificación (y multiplicación) de sus productos (con las series de televisión como punta de lanza), y el paulatino desplazamiento del concepto cine en este panorama cambiante que amenaza con minimizar el peso de los viejos canales de exhibición en favor del consumo on line bajo demanda, donde otras marcas como Amazon, HBO, AMC, FX, Showtime, Hulu o Apple (por venir) se reparten la gran tarta.

La polémica y el debate han encontrado eco entre voces muy respetadas y poderosas en la industria: así, por ejemplo, Steven Spielberg se ha sumado (por ahora) a Almodóvar, Frémaux y otros defensores de la experiencia cinematográfica estrechamente relacionada con la sala y la pantalla grande, comentando en una entrevista reciente que las películas de Netflix eran, por su propia naturaleza, telefilmes, lo que, además, debería relegarlas a la competición por premios en los Emmy y no en los Oscar.

Más interesante nos parece el punto de vista de la argentina Lucrecia Martel (Zama), que señalaba cómo el foco no debería ponerse tanto en los modos de difusión o exhibición, como en el hecho de que las narrativas seriales y la tendencia a la estandarización de las formas de los productos generados por estas nuevas plataformas suponen un verdadero y dramático retroceso cultural en lo que respecta a la diversidad de modelos, enfoques, temas y tipo de espectadores que ha propuesto tradicionalmente el cine de autor.

Más aun, la era Netflix está provocando también otra pequeña gran tragedia silenciada: el borrado o la práctica invisibilización de la historia del cine y su legado. En su imparable maquinaria de producción de contenidos de actualidad siempre renovables, las plataformas parecen haberse olvidado del pasado, de todo ese cine que configuró lenguajes, formas y espectadores de otras épocas. Y se diría que este proceso parece plenamente consciente. Sin historia no hay memoria, clave fundamental para que la novedad y la primicia sean los únicos inputs del consumo y para que esas nuevas formas estandarizadas asuman el lugar fundacional de todos los relatos por venir.

Godard ya lo expresó en un breve aforismo: "La televisión fabrica olvido; el cine fabrica recuerdos".

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