Cultura

Anochece en el desierto

La filosofía vital de la Casa Árabe no pudo tener el sábado mejor embajador. Majid Bekkas nos atrapó en un concierto hipnótico digno de un maestro, revelador y enigmático al mismo tiempo. Inhalamos las esencias de tópicos capaces de esconder grandes secretos tras su manida fachada, de actitudes contrapuestas que fueron impregnando el Gran Teatro en una ceremonia en la que el músico nos sumió sin dificultad. Con sus contrastes, sus ambivalencias, su capacidad para transmitir raíces sin incurrir en el inmovilismo, con su técnica arrolladora, con la embaucadora belleza de una música casi irreal, Bekkas acometió el dibujo subyugante de un anochecer en el desierto.

Si el lamento de los esclavos llevados ultramar acabó conformando el blues, más allá del mito, esa sonoridad también quedó acá cuando no todos los esclavos africanos cruzaron el Atlántico. Los que se quedaron en el magreb forjaron su propia firma sonora conocida como gnaou, de la que Bekkas es un gurú. A través de instrumentos y voz, dejó en el Gran Teatro la impronta de una ancestralidad musical no tan conocida como la afroamericana, pero no por ello menos iniciática de un viaje espiritual cargado de sensaciones indescriptibles. Nos mostró su nuevo disco, Mogador, homenaje a Essaouira, antiguo punto de compra-venta de esclavos subsaharianos, cincelado a base de la kwala (flauta oriental), oud, guembri (cordófono africano) y las percusiones africanas aludiendo a compañeros de viaje tan diversos como el flamenco, los sones africanos o el jazz. Fue un viaje a tierras desconocidas aunque acogedoras, recónditas pero cercanas, envolventes como el sonido de las aljorcas insinuantes en el tobillo de una bailarina.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios