Fellini: centenario de un genio
Cine
Hoy se cumplen cien años del nacimiento en Rímini del director de 'La dolce vita', 'Amarcord', 'Roma' u 'Ocho y medio', un creador único que inventó el mundo para poder filmarlo
Sevilla/Fellini fellinizaba. Una noche de abril de 1976 llegué a las puertas de Cineccittà. Había ido a Roma para entrevistarme con Nino Rota, sobre cuya obra para Fellini hacía mi tesina. "Debes ver a Federico trabajando", me dijo. Llamó al director y me acreditó para asistir esa noche al rodaje de Casanova. Cogí en Termini el tranvía, al que las gentes del cine llamaban Desiderio (deseo) por la película de Kazan, que llevaba a la lejana Cinecittà en la Tuscolana.
Serían las diez de la noche. Las avenidas de los estudios, desiertas. Los platós, cerrados. Unas luces al fondo. Era el decorado de Venecia alzado junto a un lago artificial. Presidiéndolo, una silla de lona con Fellini escrito sobre el respaldo. Tras un edificio descubrí un coche restaurante rodeado de gente vestida del siglo XVIII. Eran los extras cenando. Había un descanso y Fellini estaba en su oficina del estudio 5, su favorito. Fui allí muerto de timidez. Monumental, tal como aparecía en sus películas –sombrero, bufanda roja, abrigo oscuro– Fellini bajaba las escaleras. Me miró con sospecha. Cuando le dije que me enviaba Rota me pasó un brazo por los hombros y entré así con él en el plató.
Se rodaba la secuencia final, cuando Casanova se sueña bailando con la muñeca mecánica. Asistí a una semana del rodaje. En el 79 regresé a Roma, durante tres años viví en la corte felliniana y puede conocer y querer a este genio tímido y descarado, sincero y mentiroso, tierno y cruel, distante por autoprotección pero amigo atento cuando él y Giulietta abrían las puertas de su casa de Via Margutta.
Otra noche del 76 fui con Rota al rodaje de Casanova. Cuando Fellini lo vio le dijo: "¿A qué vienes, si nunca te acuerdas de en qué película trabajamos?". Rota, tan educado, tímido y bondadoso que Fellini lo caricaturizaba con unas alitas, era prodigiosamente despistado. Se vengó replicándole: "Y tú no sabrás si eres un buen director hasta que hagas una película del Oeste por encargo. Sólo te ruedas a ti mismo". La broma era verdad. "Me he inventado una vida para poder contarla", decía Fellini. Y no mentía... del todo. El sentido de su vida –como dejó claro en el prodigioso final de Otto e mezzo, la única película que ha logrado reproducir los mecanismos de la creación– fue contarla a través de las imágenes más deslumbrantes que ningún realizador haya creado. Junto a su vida, inventó el mundo para poder filmarlo. Y se encerró en Cinecittà para crearlo.
Los mares fueron de plástico; los cielos, cicloramas; las calles y paisajes, escenografías; los rostros, recreaciones antes dibujadas por él. Su Rímini natal está presente en su cine desde el principio, pero nunca rodó allí: la reconstruía en pueblos cerca de Roma o en decorados. La Vía Veneto que hizo legendaria en La dolce vita era un decorado construido a pocos metros de la real. Eran su Rímini y su Vía Veneto. Ningún director ha logrado tal proximidad entre subjetividad y creación. Con ello rompió el rígido credo neorrealista en el que se había formado desde su origen en Roma città aperta, de la que guionista: su maestro fue Rossellini, para quien trabajó como guionista, ayudante de dirección e incluso actor en L' amore.
Su vida son sus películas
. Su infancia, adolescencia y primera juventud en Rímini inspiran I vitelloni y Amarcord, y pasajes de Otto e mezzo, I clowns, Roma y La cittá delle donne. Su juventud romana como reportero, caricaturista, historietista –con 21 años era una de las firmas más conocidas de la popular revista satírica Marc' Aurelio–, libretista de espectáculos de revista y guionista radiofónico –conoció a Giulietta Masina en 1942 escribiendo los guiones del serial Cico e Pallina que ella interpretaba– aparece en Luci del varietà, Lo sceicco bianco, Agenzia matrimoniale (episodio de Amore in città), Roma e Intervista. Convertido en director, su crisis creativa tras el inmenso éxito internacional de La dolce vita –que culmina las seis candidaturas a los Oscar y los premios en Cannes y Venecia hasta entonces logrados– la vuelca en Fellini otto e mezzo, que tiene por título su nombre y el lugar que ocupa en su filmografía (seis largometrajes y tres mediometrajes), y supone la más fantástica fusión entre cine y vida. Trata de un director que se niega a rodar su próxima película, ya en avanzada producción.
Tras ella, que marca su apoteosis creativa y está considerada una de las diez mejores películas de la historia del cine, rueda Giulietta degli spiriti, su primer largometraje en color tras el experimento, dos años antes, del episodio Le tentazioni del dottor Antonio en Boccaccio 70. Es 1965. Inicia la preparación de Il viaggio di G. Mastorna. Trata del tránsito al país de los muertos del protagonista, interpretado por Mastroianni, cuyo nombre es uno de esos juegos de palabras que tanto le gustan (Mastorna=mai torna=nunca regresa). Guión escrito, cásting hecho, decorados construidos, producción en marcha... Pero sufre una grave enfermedad. Supersticioso, cree que ha trasgredido el tabú de la muerte. Consulta al famoso vidente Rol, que le dice: "No la hagas. Podría ser la última película de tu vida". Y deja la producción desatando la lógica cólera del productor, el poderoso Dino De Lautentiis, que lo lleva a los tribunales, logra el embargo de sus bienes –pierde su querida casa de campo en Fregene– y le impide rodar durante tres años. La historia del director de Otto e mezzo se ha hecho realidad.
Cuando en 1968 vuelve a dirigir, la muerte es una experiencia personal. Y como tal, parte de su cine. Comienza la etapa melancólica y mortuoria de su obra cuyas cumbres negras son Toby Dammit (episodio de Tre passi nel delirio), Fellini Satyricon, Casanova y E la nave va. Aunque el paso del tiempo y la sombra de la muerte planean sobre I clowns (entrevista con el payaso anciano y funeral del clown), Roma (desfile de moda eclesiástica y descubrimiento de los frescos romanos en las obras del metro), Amarcord (el abuelo perdido en la niebla y la muerte de la mamma), Ginger y Fred (reencuentro de los viejos artistas de variedades, episodio del apagón), Intervista (Mastroianni y la Ekberg envejecidos viéndose jóvenes en la escena de Trevi de La dolce vita) y La voz de la luna (el hombre que vive en un nicho del cementerio).
Mundos suyos son también, conformando su estilo y el universo musical que su amigo Nino Rota creó para él desde 1952 hasta su muerte en 1979, el circo y las variedades, sus admirados Chaplin, Astaire o Stan Laurel y Oliver Hardy (el personaje de Gelsomina en La Strada está construido sobre la mímica de Laurel) o los cómics, especialmente Little Nemo, Flash Gordon y Mandrake (quiso rodar una película sobre este personaje creado por Lee Falk, homenajeándolo haciendo aparecer a Mastroianni en Intervista caracterizado como él).
Inventó un género: el falso documental en el que aparecía interpretándose a sí mismo (Block nottes di un regista, Roma, Clowns, Prova d'orchestra, Intervista), ensanchó los límites expresivos del cine, creó algunos de los iconos del siglo XX, inventó palabras hoy en uso –como paparazzi, por el fotógrafo de La dolce vita que se llama Paparazzo– y logró –tan personal era su mundo– que felliniano entrara como adjetivo en el diccionario de la lengua italiana. Todo es él en su cine, y él es todos nosotros en sus películas. Es el privilegio de los genios.
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