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Un dolor de cabeza para la UE

  • Rusia se ha convertido en una fuente de problemas para Europa como ha quedado demostrado en el conflicto de Moscú con Tiflis o en la pugna con Kiev por el gas

Los conflictos internacionales con Rusia como protagonista se han convertido en una constante para la Unión Europea (UE). La pugna por el gas entre Moscú y Kiev, que está haciendo pasar frío a Europa, se ha producido menos de seis meses después del enfrentamiento de cinco días entre Rusia y Georgia en el sur del Cáucaso, que también trajo complicaciones a la UE.

En esta ocasión parece que también serán muchas las secuelas que dejará el conflicto. Varios negociadores occidentales señalan que el trato con Moscú se vuelve cada vez más duro, con la otra parte reclamando de forma implacable el respeto de sus supuestos derechos.

A ello se suma la difícil relación tripartita con las antiguas repúblicas soviéticas de Georgia y Ucrania, que intentan por su lado conseguir el apoyo de la UE cueste lo que cueste.

La polémica fórmula sobre "observadores de la UE" parece haberse convertido en un detalle imprescindible para todo conflicto en el que se vea involucrada Rusia. En el sur del Cáucaso, la disputa en torno a la tarea concreta de los observadores, solicitados también por Moscú, impide a los mismos hasta ahora realizar su trabajo.

En la actual disputa, los gasoductos siguen sin bombear gas sobre todo porque las partes no consiguen ponerse aún de acuerdo sobre la comisión de supervisión. Durante las negociaciones, el Gobierno ruso demuestra permanentemente su desconfianza respecto a la misión de observadores de la UE.

Muchos analistas moscovitas creen que el trasfondo de esa desconfianza es el triunfo de la revolución naranja en Ucrania, en 2004. Se cree que el suceso, muy celebrado en los países occidentales, fue el punto de inflexión para el entonces presidente Vladimir Putin.

El aparato mediático estatal ruso propaga desde entonces incansablemente entre sus ciudadanos la teoría de que el país está rodeado de enemigos. Las pretensiones de Georgia y Ucrania de pasar a formar parte de la OTAN no sólo consiguen ofuscar a los militares, sino también al mismo Kremlin, que se muestra intransigente en su rechazo al escudo antimisiles de Estados Unidos, y amenaza con estacionar también misiles rusos en las fronteras con los países de la alianza.

De forma similar a lo ocurrido tras el conflicto con Georgia, los contrincantes se acusan ahora mutuamente de haber iniciado la crisis del gas. ¿Fueron los ucranianos los primeros en bloquear los gasoductos o empezó todo con el embargo de Moscú? De un tiempo a esta parte, el Kremlin se ha acostumbrado además a pedir directamente y de manera poco diplomática el reemplazo de los líderes políticos del país que considera rival.

Rusia se niega por ejemplo hasta ahora a mantener conversaciones directas con el presidente georgiano, Mijail Saakashvili, al que acusa de "genocidio" de los habitantes de Osetia del Sur. Y recientemente, Putin cargó contra el Gobierno ucraniano, al que llamó "incapaz y altamente corrupto".

De igual modo, Moscú había calificado de "delictiva" la venta de armas ucranianas a Georgia, por lo que también imputaba a Ucrania -al igual que a Estados Unidos- parte de la culpa por los enfrentamientos armados durante el pasado agosto.

Críticos del régimen como el experto en temas energéticos moscovita Vladimir Milov acusan al Kremlin de confundir de manera nefasta intereses políticos y económicos en su política exterior. Mientras tanto, la cúpula política rusa es plenamente consciente de su poder.

Un nuevo contrato para el transporte de gas por gasoductos ucranianos, que implique precios más altos para el país, vapuleará aún más la pobre imagen del presidente Viktor Yushchenko y de la primera ministra Julia Timoshenko, un año antes de las próximas elecciones presidenciales y con el Gobierno ya bastante debilitado por la crisis financiera actual.

Queda como consuelo la afirmación de Rusia de que la disputa por el gas no afectará a Georgia. Al menos, de momento.

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