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Cuando el Islam se viste de fiesta

  • El Islam no sólo se viste de fiesta para el mes de Ramadán o el sacrificio del carnero, sino también en las romerías populares o 'mauleds' en los que el pueblo llano venera a sus santos

En estos días se celebra en El Cairo la romería al mausoleo de Sayeda Nafesa, una hija de un tataranieto del profeta Mahoma que, como todos los de su estirpe, tenía algo de milagrera.

No es de extrañar que a la muerte de Nafesa, en el año 824, su tumba en El Cairo se convirtiera en un centro de peregrinación espontáneo y diera lugar a todo un cementerio en torno a su mausoleo, un camposanto que hoy está integrado dentro de la famosa "ciudad de los muertos".

Dicen que los egipcios son un pueblo suní con alma chií, tal es la afición que siempre han tenido a venerar santos y visitar sus tumbas, como sucede con los chiíes de Irán e Iraq.

El Islam ortodoxo suní siempre ha mirado con recelo estas manifestaciones de religiosidad popular, pues considera que sólo Alá merece veneración y, a lo sumo, el profeta Mahoma.

El auge en las últimas décadas de las corrientes más rigoristas -como el wahabismo saudí o el salafismo de los Hermanos Musulmanes- hace que los 'mauleds' estén de capa caída, según cuentan quienes les conocieron años mejores.

Es la rama sufí del Islam la que se empeña en mantener estas romerías populares contra viento y marea y la que hace que siga viva una tradición donde se mezcla el rezo, la meditación, la música y la diversión por partes iguales.

Porque en los 'mauleds' hay tiempo para todo, y por ello, junto a la tumba sagrada, proliferan los puestos de comida ambulante, los vendedores de estampitas religiosas, los aguadores, los mercaderes de juguetes chinos y las atracciones de feria para los más pequeños.

Entre comedores donde se ofrece comida gratis a los menesterosos, los muchos cantantes de música sufí tienen en trance a un grupo de adeptos que se balancean embriagados de religión, mientras a su lado grupos de adolescentes prueban puntería con escopetas de perdigón y algunos tullidos exhiben sus muñones en busca de misericordia.

El ruido es ensordecedor pero a nadie parece importarle en esta ciudad subida de decibelios, como no importa el sudor ni el olor a fritanga que exhalan unos pollitos despellejados y fritos, tan chicos que se comen como una pelotita, con sus huesos y todo.

Ni siquiera la presencia de extranjeros parece incomodar a la concurrencia, que invita efusivamente a cualquier visitante a entrar en el mausoleo y tocar la tumba de la santa, porque hay que tocarla para conseguir la 'baraka' o bendición.

El auge de la romería es la llamada 'leila al kabira' (la noche grande), algo así como la fiesta mayor, cuando pueden juntarse decenas o cientos de miles de personas en busca del favor de la santa.

Esa noche todos hacen su agosto, es la noche de la fiesta por excelencia, de los tiovivos y las sillas volantes, de los gorros de cucurucho y helados de colorines, pero sobre todo es la noche donde riadas de personas acuden en pos de la 'baraka' de la santa.

En este Egipto que quiere incorporarse a trancas y barrancas a la modernidad, tampoco las instancias oficiales ni las clases dirigentes ven con buenos ojos estas romerías tan llenas de atavismo y superstición.

Atacados por todos lados, por el Islam más conservador y por las clases más progresistas, los sufíes y sus 'mauleds' siguen gozando del favor de los humildes y ofreciendo la cara más amable y festiva del pueblo de Alá.

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