En septiembre, en el Festival de Motril

Forma Antiqva recupera a La Caramba, "la Rosalía del siglo XVIII"

  • Los hermanos Zapico reivindican el talento de la cantante granadina y creadora de tendencias María Antonia Vallejo

La soprano María Hinojosa, que encarna a La Caramba en este proyecto del Festival de Motril, en el ensayo.

La soprano María Hinojosa, que encarna a La Caramba en este proyecto del Festival de Motril, en el ensayo. / Efe / Forma Antiqva

"Tenía los ojos como los celos", cantaba Concha Piquer en la canción que le dedicó a la granadina María Antonia Vallejo La Caramba, "la Rosalía del siglo XVIII", un prodigio de gracia en el escenario y de influencia en los usos de su tiempo que ahora revive gracias al grupo Forma Antiqva. Pablo, Daniel y Aarón Zapico son desde hace 21 años el alma de Forma Antiqva, a los que el Festival de Motril (Granada) encargó el programa específico dedicado a su paisana que se ha estrenado este fin de semana en San Lorenzo de El Escorial (Madrid) y en septiembre lo hará en la localidad granadina.

"Siendo como es una de las tonadilleras más importantes que ha habido, La Caramba (Motril, 1750-Madrid, 1787) no es casi conocida ni en su tierra ni en España", explica Aarón Zapico, clavecinista y director de Forma Antiqva.

"Pero en el día/ la Caramba ha hecho iguales/ majas y usías... Soy la reformadora/ del gremio majo/ Y pues hice compuesto de dos contrarios,/ María Antonia merezca/ perdón y aplauso", cantaba la granadina.

Aarón Zapico se puso a investigar y a profundizar en su obra y descubrió las cuatro tonadillas que forman parte del espectáculo: La Caramba, anónima; Los murmuradores y Los duendecillos, de Pablo Esteve (1730-1795) y El arrendador del sebo, de José Castel (1737-1807).

Encontró además grabados, referencias e imaginería en torno a esa "figura fundamental en la historia de España" que era María Antonia Fernández, como también la llamaban, y prueba de su enorme influencia es que uno de los accesorios que inventó, un lazo para el pelo y al que se bautizó con su nombre, aparece en la cabeza de algunas de las mujeres que pintó Goya.

"Ella salía a pasear por el Paseo del Prado y todo lo que hacía, cantaba, decía y llevaba puesto era pasto inmediato de los dimes y diretes del todo Madrid: era la Rosalía del siglo XVIII", compara Zapico. Hacer este proyecto, que interpretan en escena doce músicos y la soprano María Hinojosa, ha sido "muy estimulante" porque han podido profundizar en "la cinematográfica vida" de la artista.

El proyecto es "muy redondo" porque además de revivir a una figura histórica "quita polvo a una música muy importante y de trascendencia en el siglo XVIII". Pablo Viar ha creado para el concierto escénico un ambiente "barroco", una recreación de lo que habría sido un corral de comedias en el XVIII en Madrid, con muebles, atrezzo y vestuario, y hasta un mini Paseo del Prado.

Vallejo llegó a la capital en 1776 ya como La Caramba, tras pasar por los escenarios de Cádiz y Zaragoza, y se presentó con la canción que le daba sobrenombre y en la que ponía de relieve su ligereza en el canto, los dobles sentidos, la pícara entonación y su poder de seducción.

Su especialidad era cantar música cómica con un repertorio centrado en la tonadilla escénica, un género que incluía piezas musicales breves protagonizadas por tipos populares que satirizaban personajes, situaciones y costumbres.

"Pasó envuelto en una capa/ un hombre como un muñeco/ cachigorzo, rebolludo/ patizambo y cabiztuerto", cantaba la artista en las coplas de El arrendador del sebo. No hay acotaciones teatrales porque, argumenta Zapico, La Caramba era "de armas tomar" y ya incluía en sus tonadillas acotaciones en las que, por ejemplo, mandaba callar a la orquesta. 

La artista cambió la extravagancia de sus modelos "por las tocas monjiles" en 1785, en el mejor momento de su carrera tras entrar a refugiarse de la lluvia en el convento de Capuchinos de San Francisco del Prado y murió dos años después retirada del mundo.

Encontró además grabados, referencias e imaginería en torno a esa "figura fundamental en la historia de España" que era María Antonia Fernández, como también la llamaban, y prueba de su enorme influencia es que uno de los accesorios que inventó, un lazo para el pelo y al que se bautizó con su nombre, aparece en la cabeza de algunas de las mujeres que pintó Goya.

"Ella salía a pasear por el Paseo del Prado y todo lo que hacía, cantaba, decía y llevaba puesto era pasto inmediato de los dimes y diretes del todo Madrid: era la Rosalía del siglo XVIII", compara Zapico. Hacer este proyecto, que interpretan en escena doce músicos y la soprano María Hinojosa, ha sido "muy estimulante" porque han podido profundizar en "la cinematográfica vida" de la artista.

El proyecto es "muy redondo" porque además de revivir a una figura histórica "quita polvo a una música muy importante y de trascendencia en el siglo XVIII". Pablo Viar ha creado para el concierto escénico un ambiente "barroco", una recreación de lo que habría sido un corral de comedias en el XVIII en Madrid, con muebles, atrezzo y vestuario, y hasta un mini Paseo del Prado.

Vallejo llegó a la capital en 1776 ya como La Caramba, tras pasar por los escenarios de Cádiz y Zaragoza, y se presentó con la canción que le daba sobrenombre y en la que ponía de relieve su ligereza en el canto, los dobles sentidos, la pícara entonación y su poder de seducción.

Su especialidad era cantar música cómica con un repertorio centrado en la tonadilla escénica, un género que incluía piezas musicales breves protagonizadas por tipos populares que satirizaban personajes, situaciones y costumbres.

"Pasó envuelto en una capa/ un hombre como un muñeco/ cachigorzo, rebolludo/ patizambo y cabiztuerto", cantaba la artista en las coplas de El arrendador del sebo. No hay acotaciones teatrales porque, argumenta Zapico, La Caramba era "de armas tomar" y ya incluía en sus tonadillas acotaciones en las que, por ejemplo, mandaba callar a la orquesta. 

La artista cambió la extravagancia de sus modelos "por las tocas monjiles" en 1785, en el mejor momento de su carrera tras entrar a refugiarse de la lluvia en el convento de Capuchinos de San Francisco del Prado y murió dos años después retirada del mundo.

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