Músicas contra la peste | Dvořák

Dvořák y las melodías negras

Antonín Dvořák (Nelahozeves, 1841 - Praga, 1904).

Antonín Dvořák (Nelahozeves, 1841 - Praga, 1904). / D. S.

En 1893 escribe Antonín Dvořák desde Nueva York: "Ahora sí que estoy convencido de que la futura música de este país debe fundarse en lo que suelen llamarse las melodías negras". Dvořák, que había llegado a Estados Unidos el año anterior contratado por Jeannette Meyers Thurber para dirigir el recién creado Conservatorio Nacional de Nueva York, pensaba en "una gran y noble escuela de música", por supuesto a la europea. No podía imaginar que las melodías negras acabarían fundando en efecto una escuela de música grande y noble, pero bien diferente: la del jazz.

Mientras escribía ese ensayo (El verdadero valor de las melodías negras), el compositor checo trabajaba también en una nueva sinfonía que acabaría por estrenarse en diciembre de aquel mismo año en el Carnegie Hall con un éxito formidable. Conocida como Sinfonía del Nuevo Mundo (o quizás mejor, Desde el Nuevo Mundo), esta nueva obra, escrita en la tonalidad de mi menor y que haría la novena de las sinfonías del músico, jugaba a mezclar elementos americanos (síncopas, ritmos punteados, escalas modales diversas) con la recia tradición sinfónica centroeuropea. El resultado es una obra que, más allá de algún rasgo más o menos pintoresco, suena profundamente eslava, como toda la música del compositor.

El Allegro con fuoco final, en el que Dvořák cita además algunas pequeñas células de los otros movimientos, dándole así a su obra un cierto carácter cíclico, resulta, desde su imponente crescendo inicial, de una brillantez y una potencia sonora apabullantes. Popular como pocas sinfonías postbeethovenianas, ese Finale de la Sinfonía del Nuevo Mundo la traemos hoy en las manos del letón Mariss Jansons, en el que fue su último concierto en el Concertgebouw de Ámsterdam, que tuvo lugar el 22 de marzo de 2019 (Jansons moriría el 1 de diciembre pasado). La orquesta holandesa es un prodigio absoluto y su último titular, tantas veces tenido por un músico contenido, se muestra aquí tan apasionado y vehemente como la música le reclama.

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