Claudio Abbado, fallecido ayer en Bolonia a los 80 años, renovó la dirección musical al frente de las más elitistas orquestas del mundo, desde La Scala de Milán a la Filarmónica de Berlín, pero sobre todo se preocupó de la divulgación entre jóvenes y marginados, fiel a su idea de que la formación musical era en realidad "la educación del hombre". Llevaba la música en las venas, como hijo de padre violinista y profesor de conservatorio y de madre pianista, y estudió composición y piano en el Conservatorio milanés Giuseppe Verdi y dirección de orquesta en las academias Chigiana de Siena y de Viena.
En 1965 se dio a conocer internacionalmente al obtener un gran éxito en el Festival de Salzburgo con su dirección de la Segunda Sinfonía de Mahler, uno de sus compositores preferidos, que le abriría las puertas ya en los años 70 de La Scala de Milán, la Filarmónica de Viena y la Sinfónica de Londres. Este "artista del siglo", como le llamó la asociación de críticos musicales alemanes, dejó sobre todo su impronta en la Filarmónica de Berlín, de la que fue designado como sucesor de Herbert von Karajan el 8 de octubre de 1989, un mes antes de la caída del muro de Berlín. Los ciclos temáticos y literarios, como los dedicados a Hölderlin y a Shakespeare, y la interpretación de obras de compositores contemporáneos como Luigi Nono o Karlheinz Stockhausen, le granjearon fama de renovador, y con los años Abbado mejoró las tensas relaciones iniciales con la orquesta berlinesa, de la que se despidió en 2002.
En 1988 creó en Viena el festival de música Wien Modern, que sigue siendo uno de más prestigiosos de Europa dedicado a la composición musical contemporánea. Admirador de Mahler, Beethoven, Debussy y Brahms, nunca perdió de vista lo que la "magia" que él descubrió a los 7 años podía hacer por la educación de los más desfavorecidos, y fue fundador y director musical de la Orquesta Juvenil de la Unión Europea (1978), la Orquesta Juvenil Gustav Mahler (1986) o la Orquesta Mozart (2004).
La batuta de Abbado tornó incluso en "revolucionaria" al abrazar el sistema de escuelas musicales de Venezuela: en 2010 dirigió la Orquesta Juvenil Simón Bolívar, que implica actualmente a cerca de 400.000 jóvenes del país y supone uno de los proyectos musicales más importantes de América; una experiencia que le permitió confirmar que "la música salva a los jóvenes de la criminalidad, la prostitución y la droga". Y en plena "prórroga", como decía tras superar un cáncer de estómago diagnosticado en 2000, en los últimos años puso en marcha proyectos en las cárceles, en los pediátricos de los hospitales y en las escuelas, llevando conciertos de cámara a los más pequeños.
Apasionado de la botánica, a la que dedicaba todo su tiempo libre, creía que la música, "como lenguaje universal, tiene un profundo valor estético y es necesaria para la vida cotidiana del hombre, porque se basa en la escucha recíproca". Así lo explicó en España al recoger en 2011 el Premio Don Juan de Borbón de la Música, cuya dotación de 30.000 euros donó a la Orquesta Mozart para seguir alimentando el "entusiasmo" por lo musical.
Su compatriota Riccardo Muti se mostró "profundamente triste" por la pérdida "de un gran músico que durante muchas décadas marcó la historia de la dirección y la interpretación orquestal". El cineasta y actor italiano Roberto Benigni recordó su estilo ágil y brioso: "Pequeño, frágil, delicado. Le bastaba subirse en el podio y, al primer movimiento de batuta en el aire, ocurría el milagro. Todo se hacía inmenso, incorruptible e inmortal".
Abbado era también senador vitalicio "por sus méritos en el campo artístico", nombramiento que recibió el pasado 30 de agosto del presidente italiano, Giorgio Napolitano, y cuyo sueldo no dudó en destinar a la Escuela de Música de Fiesole, un bello gesto que su familia prolongó ayer al pedir, a quienes quieran honrarle, que en vez de flores envíen un donativo al hospital de Oncología infantil de Bolonia.
"Un pionero"
Daniel Barenboim lamentó ayer en un comunicado emitido desde Sevilla la muerte de Abbado, con quien compartía desde 1956 "una estrecha amistad personal y artística". "Tengo grandes recuerdos de él, como su reciente vuelta a La Scala de Milán en 2012, cuando actuamos juntos. Con Abbado se pierde a uno de los grandes músicos de los últimos 50 años y uno de los pocos músicos que mantenían una relación muy estrecha con los diferentes géneros musicales. Su dedicación a la música contemporánea era especialmente destacable, así como sus colaboraciones con compositores como Nono, Ligeti y Kurtag y la interpretación de sus obras durante su etapa como director musical de La Scala". "Pero quizá lo más significativo", añadió el bonaerense, "sea el apoyo que prestó a los jóvenes músicos con la creación de muchas e importantes orquestas juveniles. En este sentido, era un pionero que trabajaba con nuevos intérpretes, los motivaba y apoyaba durante toda su carrera. Dio un ejemplo al mundo al mantener que los jóvenes músicos sin experiencia pueden hacer música al más alto nivel cuando trabajan con la actitud y compromiso adecuados".
"Un artista y un genio"
El director granadino Pablo Heras-Casado, en declaraciones al Grupo Joly, cree que "Abbado no sólo ha sido un director orquestal mítico, sino una figura que hasta el último momento de su carrera demostró una curiosidad infinita, abriendo las fronteras de repertorio -por ejemplo, con la Orquesta Mozart-, atreviéndose a trabajar en el ámbito de la música histórica y a colaborar con músicos jóvenes en una actitud de permanente apertura mental". "Tenía muchos proyectos de futuro. Llegada cierta edad, otros grandes maestros se centran en un repertorio concreto pero él incesantemente aspiraba a descubrir otros nuevos. Como director, artista y genio, ocupará un lugar preeminente en la historia de la música".
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios