25-N: Las supervivientes hablan

La esperanza existe después del infierno

  • Dos víctimas del terrorismo de género narran cómo sobrevivieron a sus maltratadores

  • Tras denunciar los hechos, han conseguido empoderarse y reiniciar sus vidas

Las manos de Fátima sobre el teléfono del IAM.

Las manos de Fátima sobre el teléfono del IAM. / R.R.R. (Huelva)

El profundo pozo de la violencia de género siempre guarda una salida. Las mujeres que la encuentran consiguen dejar atrás el infierno de las humillaciones y los golpes y son un claro ejemplo de que hay esperanza: una vida en libertad les espera al otro lado. Solo tienen que pedir ayuda.

La Justicia, los servicios sociales, el Instituto Andaluz de la Mujer (IAM), la Guardia Civil, la Policía Nacional o las policías locales tienden su mano a las víctimas, supervivientes de un terrorismo, el machista, que en ocasiones las asfixia hasta matarlas. A ellas y a sus hijos, si los tienen.

Chari y Fátima (nombres ficticios) son dos ejemplos de que se puede empezar de nuevo. Valientes y empoderadas, caminan hoy por la vida con paso firme y sin miedo. Sus testimonios hablan de un pasado crudo mientras ellas brillan con luz propia con la mirada puesta en el futuro.

Chari: "Siento vergüenza por haber soportado las humillaciones, pero el culpable es él, no yo"

Tiene 38 años y es de Huelva. Inició hace seis años una relación con el que era su jefe. “La primera vez que lo vi detecté peligro, pero me acabó gustando”. Empezaron a salir y poco a poco fue descubriendo que “era un mentiroso compulsivo” y adicto a la cocaína. Y ella, que es “una salvadora nata”, quiso rescatarlo.

Cuando descubrió su agresividad, “lo achacaba a sus problemas con las drogas”. Así describe el primer episodio: “Me dijo que le pasara algo durante la comida, se lo tiré y se le cayó; quería que yo lo recogiera del suelo y le dije que lo hiciera él, que lo tenía al lado, así que se levantó, me agarró del cuello y me obligó a recogerlo”. De ahí a “dejarme un ojo morado” no transcurrió demasiado tiempo.

El control fue en aumento. “Me miraba el móvil, no me dejaba trabajar y cuando iba a casa de mis padres me llamaba y me obligaba a dejar el teléfono descolgado para enterarse de todo lo que hablábamos”. Las amenazas de muerte y los encierros en casa eran el pan nuestro de cada día. “Luego él dejó el trabajo porque se quería rehabilitar y yo pensé que se iba a solucionar el problema”.

Después de casi dos años con él, Chari se quedó embarazada. Él decidió que se fueran a vivir a otra ciudad andaluza: “Estaba más cerca de los suyos y yo, más lejos de los míos”. Cuando su pequeña tenía unos seis meses de vida “forcejeó conmigo, me zarandeó con la niña en brazos”. Los vecinos escucharon los gritos y llamaron a la Policía, que intervino de oficio en el asunto. “Lo defendí porque entonces no detectaba que esos empujones o que un pisotón eran violencia de género”.

Chari confiesa que “todavía siento vergüenza” cuando verbaliza lo que sufrió en la intimidad de su hogar. “Llegó a clavarme un destornillador”. Hoy tiene claro que ese sentimiento que la invade se debe a que “no entiendo cómo soporté ciertas humillaciones, pero el culpable es él, no yo”.

Cayó en una “tela de araña que me mantenía cada vez más aislada y me hacía sentir más vergüenza por lo que estaba soportando, iba cuesta abajo y sin frenos”. Observa ahora que los anuncios de concienciación de “esas mujeres con la cara reventada nos hacen flaco favor a las víctimas, porque yo no me sentía identificada con algo tan extremo y pensaba que yo no estaba sufriendo violencia machista”.

Chari muestra unas coloridas flores. Chari muestra unas coloridas flores.

Chari muestra unas coloridas flores. / R.R.R. (Huelva)

Después de la intervención policial, Chari regresó unos días con su familia y él se puso “a rehabilitarse más en serio, se hacía controles y parecía que todo iba bien”. Pero pronto retornaron los problemas. Ella se había quedado sin trabajo y él se dedicaba a “reventarme todas las entrevistas” laborales. Las deudas iban en aumento.

El padre de Chari enfermó y la pareja tuvo que venir a Huelva repentinamente. Uno de los días “hubo otro forcejeo porque quería que le diera dinero”. Ella tenía que ir al hospital y le pidió que cuidara de la niña y él “quería que se la dejara sin medios para atenderla”. Así que asió a la cría, dispuesta a llevársela, “y él llamó a la Policía diciendo que yo estaba secuestrando a mi hija y que lo había agredido; esperé a los agentes para explicarles la situación y la entendieron, pero aquello fue un antes y un después porque sentí una tremenda traición; con todo lo que yo llevaba aguantado, ¿cómo podía darle así la vuelta a la tortilla?”. De vuelta a la residencia familiar, los suegros de Chari se posicionaron al lado de su hijo “y él me decían que yo era una maltratadora”. El vaso estaba a punto de colmarse.

Su “Pepito Grillo” particular la animó a acudir al Servicio de Atención a la Víctimas de Andalucía (SAVA), en el Palacio de Justicia. Allí se plantó y “me dijeron que lo denunciara”. Minutos después se asomó al juzgado de guardia y sintió el impulso de denunciar. Era septiembre de 2017. Lo hizo. “Me sentí arropada, pese a la frialdad del proceso; una avalancha me ayudó, fue la mejor decisión de mi vida”. El juez dictó una orden de alejamiento de 500 metros para él y el caso sigue pendiente de juicio. Ahí fue donde Chari descubrió que su pareja ya había sido condenada por violencia de género.

Regresó a Huelva con su hija. “Inicié terapia grupal en el Instituto Andaluz de la Mujer, que me ha ayudado muchísimo”. El apoyo de su familia también fue fundamental. Ella, licenciada en Bellas Artes, consiguió una beca para realizar un curso formativo. “Fue maravilloso, con compañeros que me tratan como a una más”.

Chari ha sido contratada por una empresa tras formarse y ahora “me siento realizada”. Desde que denunció a su ex “soy otra persona, me conozco mejor, me cuido y soy libre; lo de ser maltratada es un capítulo cerrado de mi vida, antes era una superviviente, ahora vivo, me siento plena y ofrezco a mi hija un auténtico ejemplo a seguir”.

Fátima: "Me hizo reaccionar la violencia que ejercia contra mis hijos"

El que fue su marido, un maltratador de manual, ha sido condenado a varios años de prisión. Fátima tiene 45 años y es sanitaria. Mantuvo con él un noviazgo de cinco años “sin convivencia” y estuvo casada durante once. “Era muy celoso, controlaba mi forma de vestir y me privaba del contacto con amigos y familiares”. Si iban a un bar, “me sentaba de espaldas”. Por la calle caminaba mirando al suelo.

Fátima en la sede onubense del IAM. Fátima en la sede onubense del IAM.

Fátima en la sede onubense del IAM. / R.R.R. (Huelva)

Cuando se quedó embarazada de su primer hijo sufrió un desgarro “y no quiso llevarme al hospital, casi pierdo al niño”. Se enceló también de la criatura y el clima de agresividad fue in crescendo. “Me decía que era tontita, que no sabía cocinar”. Embarazada de su segundo hijo, el agresor descubrió a través de las facturas telefónicas que “había contactado con mis amigas, yo siempre acababa pidiéndole perdón”.

En una de esas, “me empujó contra el sofá y me provocó una hemorragia que casi nos cuesta la vida a mi hijo y a mí”. El crío nació prematuro. “Me privaba en el hospital hasta del contacto con mi madre y mi hermana”. La convivencia cada vez era más dura. “Llegó a agredirme sexualmente, me violaba, pero yo pensaba que formaba parte de mis obligaciones matrimoniales”.

Nació su tercera hija y “nos tuvo a los cuatro secuestrados semanas y semanas sin contactar con nadie y sin poder salir de casa”. Afirma Fátima que “yo no era una mujer, era un trapo, no tenía voz”. Su madre fue clave en su salida de los infiernos. “Me dijo que contara con ella”.

Fátima intentó suicidarse ingiriendo gran cantidad de pastillas, pero escuchó la voz de su hijo y recordó las palabras de su madre. “La llamé y vino a verme en un descuido de él”. La progenitora le hizo llegar días después un papel en el que rezaba el 900 200 999, el teléfono del IAM. “Me atendió la asesora jurídica y luego la psicóloga, que me advirtieron de que debía salir de allí porque mi vida y la de mis hijos corría peligro; estoy viva gracias a que el IAM existe”. Y Fátima se armó de valor y se marchó a casa de su madre.

En un primer momento no denunció y firmó un mutuo acuerdo por la custodia compartida de los hijos. “Es lo peor que hice porque la pagó con ellos”, señala con lágrimas en los ojos. “Lo que me hizo reaccionar fue la violencia que ejercía contra mis hijos”.

Fátima reconoce que “para mí yo no era una víctima de violencia de género, yo lo quería y quería salvar mi matrimonio, y además sentía que no valía y pensaba que adónde iba yo sin trabajo y con tres hijos; ahora sé que hay recursos para protegernos, por eso todas deben denunciar”. Ha recuperado su trabajo como sanitaria y ayuda a las víctimas desde la Unidad de Psiquiatría de un hospital. “La Justicia es lenta y el camino es doloroso, pero se puede”.

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