Pasarela. Historia

Beau Brummell, el antecesor de todos los 'influencers'

  • Cambió el estilo de la corte británica, hace algo más de 200 años, pero acabó en la ruina por sus excesos

Brummell, encarnado por el actor Stewart Granger, con Elizabeth Taylor

Brummell, encarnado por el actor Stewart Granger, con Elizabeth Taylor

Sí, su nombre es casi el de una colonia, más bien caduca, inspirada en El árbitro de la elegancia, nombre de la película sobre Beau Brummell, el primer gran influencer en una corte europea, que cambió el estilo de los nobles británicos en sus crecientes ansias por ir contracorriente.

Dictaba formas y hábitos. Se bañaba a diario, porque entendía que la higiene era el comienzo de una imagen perfecta. Un buen olor en una sociedad pre-victoriana ajena a los remilgos. Aquellos baños también fueron de leche de burra, dijeron sus detractores, para elevarlo a perverso rescatador de los vicios romanos. Y, efectivamente, le perdieron sus vicios. Sus excesos de todo tipo, sobre todo con el juego, y el despilfarro de toda la fortuna familiar en ropas, artesanías desatadas en forma de complementos y fiestas.

Era Beau Brummell, el bello Brummell, una marca personal de selección. Todo le fue más o menos bien mientras tuvo el favor del ciclotímico y acomplejado rey Jorge IV, compañero de estudios en la selecta Eton. George Bryan Brummell no se hizo a sí mismo. Más bien se fue deshaciendo. Se encargó de dilapidar todo el dinero levantado por su padre, gobernador de Berkshire y suministrador durante años de material en la guerra contra los revoltosos estados norteamericanos. El excéntrico hijo sólo estuvo preocupado de su aspecto, quien creó la primigenia imagen del dandy, los ropajes suntuosos, los colores estridentes y el combate textil ante sus rivales femeninas.

Destacaba. Y mucho. Eso sólo trae envidias y enemigos. El desafuero por ser alguien único desembocó en su fuga ante la muchedumbre de acreedores que le aguardaban en la puerta, con un obligado exilio por números rojos en la costa francesa frente a su añorada Gran Bretaña.

El gobierno de Su Majestad le nombró embajador en Caen, cargo que se le quedaba pequeño de presupuesto y en sus intrigas por ambicionar más dinero, más gasto, alcanzó su caída definitiva, con la ruina total, indigencia, cárcel y locura incluidas. Terminó hablando con imaginarios comensales.

El árbitro de la elegancia fue la película protagonizada por un endeble Stewart Granger que llevó a la pantalla al maestro del esnobismo y profeta de todos los postureos. Sus redes sociales eran los cotillas de todo Londres. Ya que no nos podía llegar ningún selfie, legó unos cuantos retratos que lo dibujan como un tipo estilizado para una corte con sobrepeso, altanero, seductor y rehén de sí mismo.En Jermyn Street, paralela a Pall Mall y cerca de Saint James Park, se encuentra su estatua londinense entre selectas tiendas de moda. Un homenaje a un vistoso fracaso que vino a cambiar las reglas de la vestimenta masculina hace doscientos años.

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