Iberoamericano

Un nuevo horizonte para el cine uruguayo

Hace once años ganaba el Colón de Oro del certamen de Huelva una pequeña película uruguaya de Guillermo Casanova. El realizador, procedente del mundo de la publicidad, se empeñó en sacar adelante su proyecto, un largometraje amable, reconfortante, positivo, sobre un grupo de personas de cierta edad que vive en el interior del país y decide desplazarse hasta la costa para ver por primera vez el mar. Casanova convenció al jurado en el Iberoamericano, pero también a quienes le prestaron medios en Uruguay, donde fue, en 2003, la única producción realizada.

"Espero que este premio sirva para que se haga más cine en mi país, para que las autoridades reaccionen y presten más apoyo a la producción nacional", vino a decir Casanova entonces, tras la lectura del palmarés en la Casa Colón.

Antes de aquella película, en Uruguay se habían producido 48 largometrajes en toda su historia; desde aquel 2003 se han realizado 44. Más revelador aún: tras el cambio de siglo, en 2001, el cómputo de producciones en el XXI es superior (49) a todas las del XX (43). En este 2014, las producciones se han ido hasta las 14 películas.

El hecho de que El viaje hacia el mar fuera la única película uruguaya de 2003 fue puntual, aunque no casual. Ya 1998 fue un año en blanco para el cine de Uruguay, y 1999 pasó con una sola película, El chevrolé, de Leonardo Ricagni. Pero la situación mejoró ligeramente entre 2000 y 2001, cuando se filmaron siete títulos.

Precisamente 2001 fue el año de En la puta vida, película de Beatriz Flores Silva que aún hoy es, de lejos, la más vista entre las producciones locales por el público uruguayo. La misma triunfó también en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, donde ganó el Colón de Oro, el primero para Uruguay, y el premio Llave de la prisión, que conceden los internos del centro penitenciario onubense.

Dos años después, con Flores Silva en el jurado, llegó el triunfo de Guillermo Casanova, quien reveló entonces la verdadera situación del cine en su país. El Gobierno de entonces mantenía una cuantiosa deuda con el fondo Ibermed, de apoyo a la cinematografía en la región, y la producción se veía seriamente mermada por la falta de fondos. Hasta una huelga de hambre secundaron directores y productores uruguayos, precisamente dos días después de la clausura del festival de Huelva, para reclamar el abono de esa aportación que desbloqueara la situación.

Decisivo fue también, para que las quejas se escucharan, que se produjera otro triunfo de público y crítica en 2004 con Whisky, de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, que cosechó halagos en festivales de todo el mundo y ganó de nuevo en Huelva el Colón de Oro, más el Colón de Plata a la mejor dirección. Suyo fue también el Goya a la mejor película iberoamericana; el segundo tras El último tren, de Diego Arsuaga, en 2002.

El cine uruguayo trataba de despertar entonces y mirar al futuro con esperanza. Dos películas en 2004, otras dos en 2005, tres en 2006 y otras cuatro en 2007. Precisamente ese año, El baño del Papa (César Charlone y Enrique Fernández) vino a poner la guinda para fortalecer ese empuje para salir a flote. Otro gran éxito internacional que incluyó selección en Cannes, premio en San Sebastián y el Colón de Plata al mejor guión en el Iberoamericano onubense.

Fue una de las películas beneficiadas de aquella otra huelga de hambre que secundaron a finales de 2005, entre otros, cineastas como Beatriz Flores Silva, esta vez con mejores resultados. Apenas duró la protesta seis horas y media y bastó para que el Gobierno restituyese su aportación económica a los fondos Ibermed, cifrada en 100.000 dólares. Según manifestó entonces la Asociación de Productores y Realizadores de Cine y Video del Uruguay (Asoprod), los 100.000 dólares del aporte oficial al fondo vuelven al país convertidos en casi 300.000 dólares anuales por concepto de premios cinematográficos, que luego son reinvertidos en la industria.

Otro hecho clave, poco después, fue la aprobación de la Ley de Cine y el Instituto de Cine y Audiovisual de Uruguay (ICAU) en 2008. "La nueva ley no dota de un gran presupuesto pero sí genera instrumentos de apoyo a través de un fondo de incentivo cultural. Su aprobación provocó un cambio, aunque quizá el hecho diferenciador en los últimos años ha sido el egreso de varias generaciones de la Escuela de Cine de Uruguay, fundada en 1995", cuenta el director Enrique Buchichio, presente estos días en Huelva con Zanahoria, que compite en la Sección Oficial a Concurso.

Buchichio, responsable también de la escuela, reconoce que el panorama el cine uruguayo ha cambiado: "Ahora es un país donde es posible hacer cine pero hace 15 años no era así", asegura a Huelva Información. Pero, a pesar del cambio, no todo es de color de rosa.

"Todavía hay un presupuesto muy pobre, de sólo un millón de dólares, que sigue igual desde 2008. No hay cuota de pantalla ni incentivos, si bien sí hay un buen vínculo entre productores, distribuidores y exhibidores para mejorar la situación". Porque, como apunta el director uruguayo, "ahora vivimos divorciados con el público uruguayo, y hay una gran diferencia en las condiciones de exhibición con las producciones de Hollywood. No hay circuitos de cine nacional, alternativo. Uruguay es una plaza pequeña y se hace muy difícil competir", prosigue Buchichio.

Es un problema común, no sólo con España sino con el resto de países sudamericanos, al que tratan de poner remedio de diferentes formas. El director de Zanahoria cree que "la creación de un circuito de distribución iberoamericano es fundamental para asegurar el contacto con el público". Las películas, dice, apenas se proyectan una o dos semanas en los cines, pasando inadvertidas para el público. Las que proceden de países vecinos, ni si quiera eso porque no llegan, "ni de Argentina, salvo alguna en la que salgan estrellas como Ricardo Darín".

Enrique Buchichio lamenta el desapego del público uruguayo a producciones locales. "Hay que insistir en la formación también del público, no pretendiendo que le guste lo que hacemos, pero sí rompiendo ciertos prejuicios hacia el cine uruguayo, que cree aburrido, oscuro y denso, y después de preguntarles a quienes dicen eso resulta que sólo han visto una o dos películas de Uruguay", afirma.

Por eso cree también que ha llegado el momento de ir en busca del público siguiendo las nuevas vías abiertas: "Después de cuatro semanas en cartel, y de quitarnos de las funciones principales, decidimos subir Zanahoria a una plataforma de internet y no hemos tenido malos resultados". Es el futuro.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios