Sobre lo infinito | Festival de Cine de Sevilla

Helada glacial sueca

Roy Andersson sigue fiel a sus señas de identidad

Roy Andersson sigue fiel a sus señas de identidad

El fracaso de su segunda película, Giliap, y los posteriores años alejado del cine llevaron al sueco Roy Andersson a tener que labrarse una nueva carrera en el mundo de la publicidad. Lo logró con éxito gracias a los anuncios de la lotería nacional, que le parecían tremendamente divertidos a sus compatriotas e incluso al mismísimo Ingmar Bergman. Aquella aventura resultó muy lucrativa, no solo en lo económico (se construyó su propio estudio), sino también artísticamente, sirviéndole a partir de entonces para trabajar a fondo la duración y la composición del plano fijo como herramientas esenciales de su característico estilo.

Si para los suecos Andersson nunca llegó a esfumarse completamente de sus pantallas, aunque fuera de las televisivas, para el resto de nosotros sí, de ahí el tremendo impacto cuando en el año 2000 reapareció en la sección oficial de Cannes con Canciones del segundo piso bajo el brazo. En ella pudimos disfrutar no solo de la frontalidad, bidimensionalidad y simetría de sus meditados encuadres, sino también de rupturas de la cuarta pared, o de un talento fuera de lo común para el gag visual, a pesar de las redondeces, y la lentitud de movimientos, de sus figuras humanas.

Estamos tentados de decir que a partir de entonces todo ha ido cuesta abajo, por mucho que la siguiente entrega, La comedia de la vida, aún lograra disimular con un puñado de excelentes gags su declive. Ahora en Sobre lo infinito el director profundiza en su decadencia, manteniéndose no obstante rotundamente fiel a su estilo pero con una acusada pérdida de chispa, como si se hubiera convertido en una bebida carbonatada abierta y abandonada durante semanas en una nevera.

Sus viñetas (a viñeta por escena, cerrada con un largo fundido en negro) arrancan y cierran en vacío, con el cineasta incapaz de poner en movimiento toda esa delicada maquinaria que, en el pasado, activaba la carcajada inteligente, trufada de ácida crítica social y humana. El proceso de adelgazamiento, que afecta incluso a sus actores, deja su última película presa de una inoperante y glacial seriedad dramática.