SIBERIA | FESTIVAL DE CINE DE SEVILLA

Solo en el fin del mundo

Willem Dafoe, de nuevo, como el mejor alter ego de Abel Ferrara.

Willem Dafoe, de nuevo, como el mejor alter ego de Abel Ferrara.

No es fácil filmar el paisaje interior, tampoco está exento de dolor y amargura. Ferrara lleva los últimos años ensayando, con la complicidad de Willem Dafoe, una suerte de emborronada autobiografía por entregas que muestra un camino de madurez cinematográfica al tiempo que confiamos le esté sirviendo como ejercicio de introspección. Hace un año, por estas mismas fechas, escribíamos aquí sobre Tommaso, su anterior filme, donde Dafoe encarnaba a un cineasta afincado en Roma que preparaba una película. Pues bien, aquella película no es otra que esta Siberia y, aunque pueda no parecerlo a primera vista, ambas obras no están tan alejadas, son la cara y la cruz (también la cruz, de nuevo, para una crucifixión pública, esta vez artística) de una misma moneda, de un mismo camino de autoexploración, en el que Tommaso, mucho más lograda y transparente, estaba llamada a recibir los elogios que se tornarán en incomprensión, cuando no en desprecio, en su último filme.

El sendero de Siberia es empedrado y enloquecido, requiere piel de elefante, gusto por el riesgo y nulo sentido del ridículo. El tiempo, la realidad y las pesadillas se entretejen libremente, para espanto de quienes aún acuden al cine con la guía de viaje, en un suicida salto al vacío de libre asociación de recuerdos, invenciones, terrores, fantasmas y demonios que se agolpan en esta danza grotesca donde la autobiografía real y ficticia van siempre de la mano. El arranque, con Dafoe trasplantado a una posada en medio de la estepa siberiana, es de órdago, y a partir de ahí no dejamos de caminar por el desfiladero con la irrupción de la auténtica mujer de Ferrarra celebrando su embarazo, y con Dafoe y ella, como en Tommaso, haciendo de nuevo el amor.

Entre un conjunto desigual y áspero sobresalen auténticas gemas: el encuentro en la gruta con el fantasma del padre (interpretado también por Dafoe) o la visión de la ex esposa, y su transmutación repentina, en pleno orgasmo, en la madre anciana. En el cierre, con el protagonista de vuelta a su incendiada posada, a la intemperie, bajo una terrible nevada, Ferrara filma de nuevo su propia exposición y resistencia, pero también su terrible abandono y soledad interior.