Una de las películas más abyectas de la temporada pasada fue The Nightingale, firmada por la australiana Jennifer Kent. Aquella historia de liberación/venganza femenina a golpe de machetazo en la Tasmania del siglo XIX no excusaba ninguno de los tremebundos, y explícitos, pasajes a los que tan aficionados son los pornógrafos del cine del sadismo y la crueldad, ni tan siquiera la progresista, y justa, coartada político-social. Fanny Lye Deliver’d, que comparte con delectación intenciones y objetivos, es aún peor dado que Thomas Clay es un director infinitamente menos dotado para las imágenes y la construcción del relato que la autora de Babadook.
La cinta de Clay es un espanto de cabo a rabo, mal escrita y peor dirigida, de producción precaria, fotografiada por el veterano, e irreconocible, Giorgos Arvanitis en un único decorado, y provista de un acompañamiento musical inaudible a cargo del propio director. Efectista y tramposa, morbosa y facilona, toma el blasón del cine histórico británico (aquí los años de la república de Oliver Cromwell) para enfangarlo con la truculencia contemporánea del peor Haneke y epígonos.