Una muerte sonaba a cadalso, otra a liberación
Franco: 50 años, 50 historias [28/50]
El asesinato de Carrero Blanco coincidió con el inicio del Proceso 1001 contra diez sindicalistas de Comisiones
Ocho días después de la muerte de Franco, el rey Juan Carlos firmaba la libertad de Soto y Saborido
Una muerte les sonó a cadalso, otra a liberación. Separadas por casi dos años, el tiempo que va desde el 20 de diciembre de 1973 hasta el 20 de noviembre de 1975. Desde la muerte en atentado del almirante Luis Carrero Blanco hasta la muerte política de Francisco Franco, de quien aquel formó parte de sus gobiernos desde 1941. Los protagonistas de esta historia aparecen en una mítica fotografía que puede verse en la calle Morería de Sevilla, que fuera la sede del Sindicato del Metal. A dos pasos de la casa natal del pintor Diego Velázquez que no hace mucho fue taller de Vittorio y Lucchino.
Son diez hombres en la portada de un periódico holandés, a saber: Marcelino Camacho, Nicolás Sartorius, Francisco García Salve, Juan Muñiz Zapico, Miguel Ángel Zamora, Pedro Santisteban, Luis Fernández Castilla, Fernando Soto, Eduardo Saborido y Francisco Acosta. Sindicalistas de Comisiones Obreras. Parece un episodio de la Revolución Francesa: un cura, un aristócrata y un compendio de oficios: un metalúrgico, un chapista, un soldador, un mecánico de autobuses, un administrativo de aviones…
Hay que remontarse a la noche de los tiempos. La primera vez que detienen a Fernando Soto (Sevilla, 1938-2014) y a Eduardo Saborido (1940), Paco Acosta (Sevilla, 1943) tenía 14 años. Son los tres mosqueteros de esta historia en un sindicato que lideraría Marcelino Camacho, compañero de glorias y fatigas. A Soto y Saborido los detienen el 1 de mayo de 1967. Los dos perdieron sus trabajos en Hispano-Aviación, uno de chapista, el otro de administrativo.
No cejaron en la lucha contra la dictadura. Acosta dejó de tener 14 años y se iba a chocar con el maleficio de la fiesta de San Juan. El 24 de junio de 1970 lo despiden de Tussam. El 23 de julio de ese mismo año se casa con Luz María Rodríguez Luque, que unos años antes sería pieza fundamental porque era la mecanógrafa que pasaría a máquina los primeros números de la revista Realidad. De luna de miel se fueron a Madrid, a la VI reunión general de Comisiones Obreras. Los recién casados viajaban en un coche prestado en el que le acompañaba Fernando Soto. Mientras ellos disfrutaban de unas horas de visita en el monasterio de El Escorial, la cúpula del sindicato era detenida en el convento de las Esclavas del Sagrado Corazón en La Moraleja. La pareja viajó hasta allí desde El Escorial y les obligaron a seguir viaje hasta la Dirección General de Seguridad, actual sede de la Comunidad de Madrid.
Dos años después, nuevo viaje a Madrid. 23 de junio de 1972. Soto y Acosta viajaban desde Sevilla en un Seat 850 de segunda mano que se les averió en Córdoba. Saborido, que vivía en la clandestinidad con documentación falsa, les esperaba en Madrid. La cita era el 24 de junio en otro convento, éste de las Oblatas en Pozuelo de Alarcón. La Policía debió recibir alguna alerta. Llegaron con la orden de detener a todo el que no fuera cura, con la excepción del sacerdote Paco García Salve, clérigo de Comisiones Obreras. Cuentan que en la huida se cruzaron con seminaristas en calzoncillos, que uno intentó huir por el tejado, otro se deshizo en el inodoro de documentos comprometedores. La aventura terminó en la cárcel de Carabanchel. Así empezaba el Proceso 1001.
El juicio estaba previsto para la mañana del 20 de diciembre de 1973. Salieron muy temprano de la cárcel de Carabanchel. “Nos metieron en un furgón donde no nos veíamos las caras, con una niebla mañanera”, recordaba Acosta. En el Palacio de las Salesas supieron que algo muy grave había ocurrido. Al salir de misa, como hacía todos los días, Carrero Blanco fue objeto de un atentado mortal a la altura del número 104 de la calle Carrero Blanco en el que también fallecieron el policía Juan Antonio Bueno Fernández y el chófer José Luis Pérez Mogena. “Los de ETA”, diría Fernando Soto, “que no se han movido en la dictadura ni un milímetro, le robaron el protagonismo a la clase trabajadora”.
Soto recordaba aquella pesadilla: “Nos bajaron a un calabozo del Palacio de las Salesas, se oía el ruido de la calle y la primera preocupación eran nuestras mujeres. Había guerrilleros de Cristo Rey, policías con pistola, y el siguiente grito sería rojos al paredón”. Y Eduardo Saborido: “Pensamos que iban a por nosotros y cuando nos encerraron en el calabozo, bloqueamos las puertas con catres y mantas”. Saborido, sevillano del barrio de los Humeros, premio Manuel Clavero del Grupo Joly, recordaba que en esos minutos de máxima tensión y desasosiego, Marcelino Camacho, “que no destacaba por su sentido del humor”, para rebajar la tensión “empezó a imitar la voz atiplada de Franco y pronunció uno de sus discursos de fin de año”. El de 1973, un mes después del asesinato de su más fiel colaborador, pasó a los anales por la famosa y premonitoria frase “no hay mal que por bien no venga”.
Soto, Saborido y Acosta son tres de los 904 nombres que aparecen en el libro de Juan José del Águila sobre el Tribunal de Orden Público. Ellos no reniegan de la Transición ni de lo que otros llaman con desdén el Régimen del 78. Fernando Soto cumplió 40 años el día que se aprueba la Constitución y Saborido coordinó con el historiador Antonio Martínez Foronda y la archivera Eloísa Baena un libro en el trigésimo aniversario de la Carta Magna. El Proceso 1001 fue el primer aldabonazo de la Transición. Soto destacaba en el texto A trompicones por la libertad en el libro Crónica de un sueño que todas las tendencias estaban entre quienes los defendieron: “Desde Gil Robles hasta Cristina Almeida, pasando por Cuéllar y Cossío, hasta Enrique Barón, Paca Sauquillo o Ruiz Giménez”. Abogados del Partido Comunista, pero también del PSOE, un antiguo político de la CEDA y quien había sido ministro con Franco y embajador en el Vaticano.
Acosta es puesto en libertad en febrero de 1975. Soto y Saborido, que sufrieron sendos destierros en Valdepeñas de Jaén y Santiago de la Espada, saldrían el 28 de noviembre de 1975, ocho días después de la muerte de Franco. Fue el primer decreto que firmó el rey Juan Carlos I, nacido en 1938, el mismo año que Soto y Sartorius. “La bandera, la Monarquía, símbolos tanto tiempo de represión, no podían ser los enemigos a batir una vez que se decantaban trabajosamente por la democracia”, dejó escrito Fernando Soto.
Soto fue diputado en 1977 y Saborido, que llegó a participar en un mitin con Alberti, en 1979. Cuando salieron de la cárcel, se fueron juntos con sus esposas Leonor (de Soto) y Carmela (de Saborido) un fin de semana a Granada. Ellas les reprocharon que “nos estábamos aburguesando”. Eduardo Saborido le puso al mayor de sus tres hijos Julián por Julián Grimau, fusilado por en 1963 en un proceso lleno de irregularidades.
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